El movimiento Occupy logró llevar a la picota públicamente a una minoría pequeña y superprivilegiada. | Foto: DW

Internacional

¿Occupy 2.0?

Hace un año, el movimiento Occupy se acaparó la atención y aglomeró a decenas de miles. Y cosechó admiración, asombro, rechazo, indignación. Según Todd Gitlin, el movimiento es tan misterioso como liberador.

Alianza DW
17 de septiembre de 2012

Lo que empezó el verano pasado en el centro de Manhattan fue algo comprendido entre un momento y un movimiento, opina Marshall Ganz, especialista en teorías de la organización. La fiebre de Occupy fue contagiosa, no sólo por su creatividad y la tozudez de los que primero fueron sólo unos cuantos cientos y luego miles de jóvenes protestando.

Esta fiebre encontró el camino para darle forma a un sentimiento muy difundido en cuanto a que el poder del dinero es una jaula de hierro. Uno de los lemas más populares de las marchas de protesta fue “Banks got bailed out; we got sold out”, los bancos fueron salvados, nosotros fuimos vendidos. El movimiento apeló al sentimiento de que el poder del dinero provocaba la crisis moral. Con su fuerza y su variedad de ideas, el movimiento fue un intento de reavivarla.

Contra toda expectativa, los campamentos cerca de Wall Street y en cientos de otros lugares fueron el punto de partida de una corriente a la que, con diversas facetas, confluyeron primero decenas de miles luego cientos de decenas de miles de manifestantes. “1 por ciento” y “99 por ciento” se convirtieron en lemas usuales y la drástica desigualdad, una preocupación común. El movimiento Occupy logró llevar a la picota públicamente a una minoría pequeña y superprivilegiada.

Sólo a la élite, que trabaja exclusivamente para su bolsillo, le sirve la desregulación y la política corrupta, destruye con ello el bien común y, encima más, sale de ello impune, así la opinión generalizada.

El movimiento les quitó a los populistas conservadores del Tea-Party el libreto de las manos y comenzó a cosechar simpatías. Utilizó las redes para encontrarse también fuera del ciberespacio. Occupy creó espacios para el encuentro personal para discutir, para comer, para refugiarse para gritar, insultar, tocar el tambor, dormir, leer, buscar consejo y para aprender a oponerse.

En la opinión pública, el movimiento ganó puntos porque se confrontó a su corrupto enemigo de manera creativa y fuera de lo común. Conjuntó a activistas de pura cepa –anarquistas, revolucionarios, vagabundos, desheredados, desesperados y reformistas de todo color- con un montón de otros correligionarios. Fueron personas que querían una comunidad, un nuevo comienzo en una sociedad dividida o una sociedad para sí mismos. Cuando la policía entró en acción con su gas pimienta y las detenciones masivas las imágenes de los ataques dieron la vuelta al mundo. El apoyo al movimiento creció como la espuma.

Núcleo duro con apoyo amplio
Muchos de los primeros iniciadores de Occupy –es decir, el núcleo interno- fueron, efectivamente, anarquistas y demócratas radicales que ansiaban una administración propia a través de reuniones horizontales de democracia directa. Con todo, la mayoría, probablemente muchos cientos de miles, de los que marcharon en los días más brillantes de Occupy venían de la clase media, eran sindicalistas y progresistas de amplio espectro. No eran tan fotogénicos, tan extravagantes, pero fueron los más. Fue la combinación del entusiasmo del núcleo interno con el movimiento de masa lo que renovó el panorama político.

Esto fue posible porque Occupy fue el primer movimiento social en Estados Unidos, cuya idea básica fue apoyada desde el comienzo, promisorio, por una gran mayoría. Sin embargo, después de los primeros meses se rompió su fuerza magnética. En agosto más estadounidenses dijeron que “no se identificaban para nada” con Occupy que “sólo un poquito”.

Shen Tong, un activo organizador de Occupy, empezó su vida política en 1989 como líder de las protestas estudiantiles de Pekín, en la Plaza de Tiananmen. Huyó a Estados Unidos, acabó sus estudios, fundó su empresa de computación y se decidió dedicarse al movimiento Occupy Wall Street. “Hay dos crisis en un movimiento”, me contó. “Una es el ser desmembrado. La otra, el éxito”. Lo primero es evidente, pero ¿qué quería decir con tener éxito? ¿Por qué tiene sentido hablar del movimiento Occupy como de un éxito rotundo?

Éxito rotundo
Primero, la cultura política ha cambiado. Por meses los lemas del movimiento estuvieron en boca de todo el mundo porque resumían el sentimiento de que los que detentan el poder son arrogantes, incompetentes, ladrones e incapaces de restañar los daños que ellos mismos han causado.

Occupy, Berlín (enero 2012)
Segundo, el movimiento fue un acicate para la política convencional. El ascenso de Occupy Wall Street impresionó incluso a los Republicanos. En general, los demócratas se anduvieron con tiento con el movimiento, por miedo a que demasiada cercanía los marcara negativamente. Sin embargo, al comienzo de la contienda electoral, tonos progresistas entraron al discurso de Obama.

Tercero, uno de los bancos más grandes comenzó a sentir la presión. Algunos honorarios fueron recortados. La exigencia de mayores recortes en las “indemnizaciones” para los jefes de bancos se hizo mayor. En la reunión de accionistas de Citigroup en la primavera pasada, el 55 por ciento de los accionistas votaron en contra –aunque no fuese vinculante- del pago de 14,9 millones de dólares al gerente de la empresa.

Cuarto, algunos movimientos locales lograron detener desahucios y embargos ordenados por prestamistas (también bancos) desconsiderados. Esto es solidaridad con el 99 por ciento que, aunque no quiere pasar su tiempo en reuniones masivas, sí tiene una idea de lo que podría hacer mejor su vida. Con ello aportan a un movimiento que aglomera a muchos tipos de personas con diversos grados de entrega, energía y convicción.

Quinto, muchos miembros del gobierno se pronunciaron a favor de la financiación completa y vinculante de las elecciones. Con ello no quedó claro si el amplio “Movimiento 99 por ciento” tendrá energía y constancia para los años venideros.

Entretanto, los municipios acabaron con los campamentos. En el núcleo de Occupy los conflictos ideológicos y prácticos abrieron grietas. Algunos activistas llegaron a un punto del todo o la nada, también debido a la posición de ciertas administraciones. La policía se especializó en atemorizar a los manifestantes, en construir cercas y en la utilización de químicos tóxicos.

Incluso los tanques entraron en acción. Se trataba de demostrar poder. Los enfrentamientos fueron la consecuencia. Independientemente de quién tirase la primera piedra o rompiese el primer cristal, la ciudadanía culpó de la colisión a la protesta. No siempre los campamentos mostraron que otro mundo es posible (usando su terminología), sino que mostraron más bien un mundo más intranquilo y amenazante.


El movimiento debe seguir siendo de masas
¿Ahora qué? Occupy puede convertirse todavía en un movimiento duradero. Para ello debe aceptar a una amplia masa de participantes y no sólo a una pequeña minoría que busca una participación al cien por ciento en la política. Ambos, radicales y reformistas, necesitan refuerzo. Los comienzos, por más promisorios que sean, no pueden bastar para sostener un movimiento que pretende dejar huellas.

Estamos lejos de contar con los suficientes anarquistas y revolucionarios necesarios para transformar el país. La siguiente fase – en caso de que hubiese una- podría hacer uso de las bases creadas por Occupy. Para ello requerirían de una valoración objetiva de lo que se ha logrado y lo que no. Occupy 2.0 debe ser reconfigurada. El movimiento debe ser empujado por redes y organizaciones de variada índole. No puede seguir siendo llevado de manera horizontal, esto desgasta demasiado.

Una red promisoria podría salir de la campaña robinhoodtax.org. Ésta exige un impuesto a las transacciones financieras para los especuladores más grandes y rápidos. El foco de la campaña podrían ser desarticular los bancos denominados “to-big-to fail”. Podría haber iniciativas al interior de los Estados, para financiar las campañas electorales con dinero público. En todo caso, se trata de que se detecten exigencias concretas y se desarrolle una estrategia a largo plazo. Debe haber espacio para activistas a tiempo completo que se dediquen a la desobediencia civil y pacífica así como para un amplio círculo de ciudadanos que firmen las peticiones, que trabajen para sus candidatos y que ayuden a llevar al poder a políticos dispuestos a darle más espacio al movimiento.

Parafraseando a Donald Rumsfeld: se hace política en el país que uno tiene, no en el que quiere tener. Un llamado moral no puede ser exclusivo. Lo que nadie sabe es si de ello saldrá una comunidad que conserve su objetivo y que, a la vez, siga siendo atractiva para la masa.