Rusia, un problema institucional

Tiene un elevado déficit fiscal incorregible, un servicio de deuda intolerable y una moneda desacreditada. Hay que aplicar reformas estructurales de fondo.

14 de septiembre de 1998

Hace pocas semanas escribí que si los problemas de largo plazo de Rusia no se atendían a la brevedad, el plan de salvataje del FMI no sería suficiente. Desde ese momento, se han quemado US$4.000 millones de los aportes del FMI y Rusia se ha visto forzada a implementar otro plan económico de emergencia. El 18 de agosto, el gobierno anunció una devaluación de facto del rublo, una reestructuración forzada de la deuda de corto plazo y controles más rígidos para los capitales. Estas decisiones definitivamente no ayudan a darle una base sólida a la economía rusa.



El centro de los problemas rusos es institucional. El país no posee el conjunto de instituciones económicas necesarias para sostener una cuidadosa situación fiscal y una moneda estable. Peor aún, no cuenta con las condiciones de mercado que permitirían un crecimiento económico genuino.



La confiabilidad en el rublo ha desaparecido. La solución es la libre convertibilidad.





Lo que Rusia necesitaba antes del 18 de agosto y aún hoy, es introducir instituciones fiscales y monetarias cuidadosamente planeadas. Construir instituciones al mismo tiempo que una economía se derrumba no es una tarea fácil. Pero, por otro lado, los períodos de crisis brindan nuevas oportunidades para que los reformistas impulsen grandes cambios estructurales.



Los problemas macroeconómicos rusos pueden ser resumidos en la deuda del gobierno central. Debido a que la deuda es alta y riesgosa, los inversores demandaban una prima de riesgo tan alta que empujó la tasa de interés de los bonos de gobierno a más del 50% real anual durante los últimos meses. Lo que es peor, la mayor parte de la deuda era en bonos de corto plazo, lo cual la hace más volátil y vulnerable a los shocks de credibilidad. Las altas tasas de interés junto con la estructura de corto plazo implicaba que el gobierno debía sacrificar el 50% de sus ingresos en el pago de intereses.









Por supuesto, esto de inmediato lleva a un déficit fiscal insostenible. Fue precisamente la falta de credibilidad acerca de la sustentabilidad de las políticas y el valor del rublo lo que llevó a los ahorristas e inversores a huir precipitadamente para deshacerse de sus rublos.









En resumen, Rusia enfrenta tres problemas de corto plazo: un déficit fiscal incorregible, un servicio de la deuda pública intolerablemente alto y una moneda desacreditada. ¿Qué debería hacer entonces?



En primer lugar, debería haber una reestructuración forzosa, lo más leve posible, de la deuda pública. El gobierno ya declaró una moratoria sobre la deuda en rublos y anunció la renegociación de los bonos en rublos a corto plazo (GKO). En lugar de presentar esto como una mora, el gobierno debería reemplazar la vieja deuda con nueva, colateralizada y denominada en moneda extranjera, en forma de bonos comercializables y a largo plazo. Los nuevos bonos deberían reemplazar a los viejos a una tasa menor que la de paridad pero sustancialmente más alta que su reciente valor de mercado. De este modo, los inversores tendrán un nuevo instrumento comercializable y recuperarán parte de sus ahorros. El gobierno verá reducida su deuda y, sobre todo, drásticamente aliviado el servicio de la deuda.



La convertibilidad del rublo introduciría la disciplina necesaria para hacer las reformas de mercado.





La confiabilidad del rublo ya no existe. La recuperación real de la economía rusa deberá comenzar con la estabilidad monetaria, algo de lo cual los países latinoamericanos pueden dar fe. El punto de partida deberá ser el rublo respaldado por euros, dólares, oro o contratos de ventas a futuro de petróleo o gas. El rublo debería competir libremente con las monedas extranjeras en el mercado doméstico. Se debería permitir a los rusos llevar a cabo sus transacciones y ahorrar en la moneda de su elección. La mejor defensa para el rublo será la voluntad inexorable del gobierno de permitir una total dolarización (o "euroización") de la economía, si así lo prefieren los ahorristas rusos.



En el frente fiscal, un plan creíble de ajuste debería ser acordado con el FMI, con un monitoreo periódico y detallado, y reglas fiscales estrictamente implementadas. El gobierno central ruso debe mostrar de manera abierta las cuentas fiscales y las reservas externas, semanalmente o incluso a diario.



Los países latinoamericanos adoptaron algunas de estas medidas a comienzos de los 90 con gran éxito. Pero el crédito de este éxito debería ir a las profundas reformas estructurales en favor de los mercados que acompañaron y sostuvieron esas medidas. Introducir una caja de conversión no sustituye de ninguna manera esas reformas, pero impone disciplina para acelerar las reformas y garantiza la estabilidad monetaria durante el proceso.



Con todo, es necesario contar con un fondo de capitales que respalde los rublos en circulación y provea las garantías para los nuevos bonos. Aquí es donde entra el mundo occidental. Como escribí previamente (Forbes Global, 24 de agosto), las naciones occidentales deben ayudar a Rusia en su doble transición a una democracia basada en la economía de mercado, tanto por su arsenal nuclear como por la estabilidad política de buena parte de Europa del Este y el Centro y Este de Asia.



Ayudar a Rusia requerirá una especial habilidad política por parte de los líderes de Occidente. La historia está clamando. ¿La escucharán los líderes de Occidente y los de Rusia?