Los vecinos van a las urnas

Las elecciones en Ecuador, Brasil y Venezuela son un espejo para Colombia. La insatisfacción general es el denominador común

16 de marzo de 1998

Este es un año de elecciones presidenciales en América Latina. Ecuador y Colombia en mayo 31, Brasil en octubre 3 y Venezuela en diciembre 6. Esta copada agenda política demuestra que el proceso democrático en la región latinoamericana continúa, contra viento y marea. Sin embargo, las similitudes en los temas de campaña entre los países y las preocupaciones de los ciudadanos revelan también que la transición democrática, que se ha ido perfilando hace poco más de una década en la región, no ha concluido. Los latinoamericanos todavía prefieren la democracia al autoritarismo, pero no les gusta la forma como ella funciona en sus respectivos países. Además, ven con apatía y escepticismo algunos de los componentes básicos de este sistema político.



Los elementos del panorama político se repiten de un país a otro. En Venezuela las elecciones se caracterizan por la presencia de candidatos independientes y el cansancio de la gente frente a la política tradicional. En Ecuador predomina la incertidumbre política y la indecisión en torno a las políticas económicas. Y en Brasil, aunque todo parece estar dado para una reelección de Fernando Henrique Cardoso, todavía falta ver cuál será el comportamiento de la economía en los próximos meses y su incidencia sobre el proceso electoral.



De los resultados de los comicios dependerá el cumplimiento de la agenda económica de nuestros vecinos y el curso de sus relaciones con Colombia. El talante de los votantes antes de las elecciones da una medida del estado de cosas en la región.



Avance a medias



El actual proceso es la continuación de una primera ola de democratización, en la que fue posible comprobar que este sistema político era favorable para la inversión y el crecimiento. El temor que había hace una década en cuanto a que el autoritarismo podría ser una condición indispensable para introducir reformas económicas se quedó sin piso. Hoy es claro que Pinochet no era el único capaz de aplicar reformas, pues en múltiples casos las realizaron gobiernos elegidos democráticamente.



Pero la actitud de los latinoamericanos respecto a la democracia sigue siendo por lo menos ambigua. Las dudas sobre su eficacia son el denominador común en todos los países, como lo corrobora la encuesta en torno a Gobernabilidad y Desarrollo Democrático en América Latina y el Caribe, conducida por Latinobarómetro y auspiciada por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD.



De acuerdo con esta encuesta de opinión realizada en 16 países latinoamericanos con una muestra de 1.200 casos por país, el 63% de los ciudadanos prefiere la democracia como forma de gobierno, el 17% piensa que el gobierno autoritario es preferible y el resto no quiso elegir. Pero un 47% asegura que no le gusta la manera como la democracia está funcionando en sus países.



Un sentimiento de frustración persiste ante el hecho de que el bienestar económico de la población mejora con lentitud y la distribución de la riqueza sigue siendo inequitativa.



Un 69% cree que es responsabilidad del Estado disminuir la diferencia entre ricos y pobres. Esto indica que para la mayoría de los ciudadanos de estos países todavía predomina la imagen de un Estado del bienestar ­paternalista­ y la convicción de que la democracia es el mecanismo que debería conectar al Estado con el mejoramiento social y económico. No son casuales la frustración que se percibe y las quejas asociadas a la carencia de liderazgo y al bajo rendimiento de las instituciones.



La insatisfacción no sólo se refiere al poder presidencial o al Congreso. Un 65% de los encuestados tienen poca o ninguna confianza en el poder judicial. Sólo 24% expresa confianza en esa institución. Y en el caso de la policía esa desconfianza alcanza un porcentaje similar.



Otro punto crítico es la pulcritud del sistema político. El 52% de los encuestados considera que las elecciones en sus países son fraudulentas. Esta percepción de fraudulencia llega al extremo en Venezuela y Colombia, con porcentajes del 80%, y 56% respectivamente.



Los candidatos presidenciales tienen que afrontar retos que se han vuelto comunes al hemisferio. Dos de ellos son la educación y el desempleo, que son los más votados como prioritarios para la mayoría de latinoamericanos. Le siguen el problema de los bajos salarios y la inflación.



Así mismo, y como una muestra de que la cultura democrática de la región se ha afianzado, temas como la corrupción, el crimen y la ineficiencia de los servicios públicos son mucho más recurrentes dentro de las preocupaciones de la gente. Y de sus exigencias también.



Este panorama de preocupaciones cotidianas crea el trasfondo para la disputa electoral en todos los países.



La frustración de los votantes es comprensible, en vista de los protuberantes vicios de la democracia y de las numerosas promesas que no ha podido cumplir. Este estado de ánimo ayuda a entender el deterioro de los partidos políticos en todos los países y la ansiedad por encontrar soluciones mágicas, de la mano de caudillos de último momento.



El reto de los políticos responsables es tomar las decisiones que hacen falta para ajustar las economías de la región, sabiendo que los resultados positivos no serán inmediatos y que a veces van a resultar dolorosas. La transición hacia la democracia en América Latina avanza, pero ella está lejos de alcanzar la madurez.