The Economist

Llegó la hora de otra ronda

Los problemas actuales de la economía mundial abren el espacio para una nueva ronda de negociaciones sobre comercio global.

13 de octubre de 1998

Por Patrick Lane



En una fiesta en Ginebra, los invitados celebran el quincuagésimo aniversario del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), mientras un equipo de televisión local trata de hacer un documental sobre la Organización Mundial del Comercio (OMC), sucesora del GATT. En la película podrían aparecer los ministros de comercio en traje gris, felicitándose unos a otros por los 50 años de la liberalización del comercio.



Sin embargo, la cámara capta un colorido grupo de manifestantes, que protestan contra la organización y todo lo que ella representa. El libre comercio, dicen, destruye el medio ambiente y esclaviza a los desposeídos. "Dios ha muerto", se lee en una de las pancartas, "la OMC lo reemplazó". La mayoría de ellos protesta pacíficamente, pero algunos comienzan a tirar piedras y botellas, voltear carros e incendiarlos.



Sería muy fácil descalificar a quienes protestan afirmando que están despistados. Después de todo, la OMC tiene mucho que celebrar: el comercio mundial ha aumentado 16 veces desde 1950 (ver cuadro), de lejos mucho más rápido que el Producto Interno Bruto mundial. Es el momento de mayor libertad en el comercio desde antes de la primera guerra mundial o, quizá, la época más libre de toda la historia. La OMC es un club increíblemente popular, tiene ahora 132 miembros de número y otros 30 miembros, que incluyen China y Rusia, están en la lista de espera (ver cuadro).



Pero los partidarios del libre comercio no están logrando todo lo que se proponen. El presidente Bill Clinton ha fracasado en sus intentos de aplicar el "fast-track" para acuerdos de comercio y ahora está distraído en otras cosas. Peor aún, la perspectiva económica internacional se ha deteriorado rápidamente, pasando de una simple preocupación a una situación crítica. Las economías de Japón y gran parte de Asia están en pleno proceso de contracción y Estados Unidos, después de haber disfrutado un prolongado boom de siete años, está experimentando un retroceso que puede terminar en recesión. Si es así, la economía mundial enfrentará su peor crisis desde la Gran Depresión de los años 30.



La sola mención de esa terrible década de los treinta debe hacer que los políticos tiemblen. En ese entonces, los gobiernos respondieron a las crisis económicas con medidas proteccionistas que trajeron resultados desastrosos. Esta vez debe ser diferente y, hasta ahora, en efecto, lo ha sido. Se han producido unas cuantas señales indeseadas: el incremento de un arancel aquí o la imposición de controles de capital por allá, pero nada que se parezca a un freno en seco al libre comercio. De todas maneras, la muralla más fuerte contra el retorno del proteccionismo es la OMC misma. El GATT, después de todo, fue establecido después de la segunda guerra mundial precisamente para evitar la repetición de las tonterías económicas de los treinta.



El gran peligro es que el tambaleo económico lleve a que los políticos se enreden en propuestas proteccionistas. Algunas empresas estadounidenses y europeas están siendo arrasadas por la competencia de los productos asiáticos, que son mucho más baratos como resultado de las drásticas devaluaciones que han decretado esos países. Si la recesión global finalmente ocurre y los mercados empiezan a contraerse, más y más empresarios y trabajadores clamarán a sus gobiernos por más protección.



De esta manera, entonces, éstos van a ser tiempos muy difíciles como para hablar de un comercio mucho más libre aún. ¿Para qué bombardear el barco cuando está en medio de una tormenta? Además, ¿el comercio no es ya lo suficientemente libre después de medio siglo de liberalización?

De hecho, no lo es. La lección que quedó de la crisis de los años treinta es que el libre comercio, lejos de ser un lujo que sólo se puede mantener en buenos tiempos, se convierte en algo esencial en épocas de crisis.



Este momento es perfecto para una nueva ronda de conversaciones sobre comercio global, no a pesar de, sino precisamente por los problemas de economía mundial.



El argumento de que el comercio ya es lo suficientemente libre es insostenible. Aún hay muchas barreras que obstaculizan el comercio. En efecto, las barreras tradicionales como los aranceles y las cuotas de importación se han reducido durante el último medio siglo, pero otras, como las regulaciones discriminatorias, han aparecido para tomar su lugar. Es más, como resultado de la mayor integración de la economía mundial, el significado del libre comercio se ha vuelto evasivo. Hace 20 años, si los negociadores de acuerdos comerciales hubieran buscado la definición de libre comercio en cualquier texto de economía quizá habrían encontrado algo como: "la ausencia de aranceles y cuotas sobre todos los bienes". Esta definición ya no aplica. Una definición más actualizada resulta difícil de estructurar.



Para empezar, el comercio no está restringido sólo a bienes. Los servicios también cuentan. Desde las llamadas telefónicas hasta los planos de los arquitectos pueden ser objeto de comercio internacional. En vez de simples intercambios en las fronteras, el vehículo para el comercio de bienes y servicios puede ser también la inversión extranjera directa. Además, economistas y negociadores de acuerdos comerciales hace mucho tiempo se dieron cuenta de que las barreras para el comercio no son sólo aranceles y cuotas. Las regulaciones nacionales también pueden bloquear el comercio.



Las negociaciones de la Ronda de Uruguay reflejaron estos cambios, tanto en la naturaleza del comercio como en las barreras mismas. El tratado que selló la ronda, firmado en 1994, incrementó considerablemente el alcance de las reglas comerciales.



La OMC no sólo reemplazó al viejo GATT, que se encargaba del comercio de bienes, sino que se ocupó de los nuevos acuerdos sobre servicios, inversión, propiedad intelectual, barreras técnicas para el comercio, medidas sanitarias y otras normas de salud. Por primera vez, agricultura y textiles, sectores que eran objeto de una extraordinaria protección, fueron considerados en normas del GATT. La OMC también tiene un nuevo sistema para dirimir disputas de comercio, con más armas que el mismo GATT. Desde el final de la Ronda de Uruguay, se han alcanzado acuerdos de comercio en telecomunicaciones, servicios financieros y tecnología de la información.



El acuerdo de telecomunicaciones es un buen ejemplo de cómo están evolucionando el comercio y sus reglas. Este tratado incluyó el compromiso de los 69 países firmantes de que los reguladores de telecomunicaciones serían independientes de los proveedores. La idea era prevenir que se crearan monopolios nacionales en los que una empresa fuera simultáneamente regulador y jugador en los mercados y que evitara así la competencia extranjera. De hecho, parte de la política de competencia local se ha acogido a las normas internacionales de comercio.



Sin embargo, la transformación de las reglas de comercio está incompleta. Aún no hay reglas coherentes en materia de inversión extranjera y políticas de competencia. Los acuerdos regionales de comercio y de integración económica han proliferado y, por ello, surge la pregunta sobre si esto ayuda o debilita el libre comercio. Y aún quedan muchas de las viejas barreras al libre comercio. Las conversaciones sobre liberalización del comercio en agricultura y servicios todavía están programadas para empezar durante los próximos dos años. Esto implica que fácilmente se puede justificar el lanzamiento de una nueva ronda de conversaciones sobre comercio global.



La expansión de un comercio más libre y el éxito de la OMC están causando fricciones entre los partidarios del libre comercio y los defensores de ideas como el ambientalismo y los derechos humanos. Hasta ahora, la OMC ha luchado de manera tímida contra sus contradictores. Para prepararse para la nueva ronda, los ministros de Comercio tienen que lidiar con estos problemas políticos.