Del Real a lo real

Fernando Cardoso dio el paso de ministro de Hacienda estabilizador a presidente del Brasil privatizador. El país más grande de Suramérica resuelve sus problemas económicos.

JOSÉ E. GONZALES
1 de julio de 1995

La culminación de la medida tomó unos minutos. En la mañana del 8 de junio, la Cámara Baja del Congreso brasileño aprobó por mayoría la eliminación del monopolio estatal del petróleo, cuya consolidación parecía haberse dado con la fundación de Petrobras en 1963.

La apertura del monopolio petrolero había sido antecedida por decisiones legislativas similares en las telecomunicaciones, la distribución de gas, la navegación marítima y fluvial y un tema casi arcano: la definición de "empresa nacional", en cuyos parámetros la Constitución discriminaba al capital extranjero.

Las medidas, que esperan una segunda y descontada aprobación en la Cámara de diputados y otra en el Senado, no se originaron sin penas. El solo anuncio de la iniciativa generó una huelga en Petrobras de 31 días, marcados por la intervención del ejército. La oposición, encabezada por Ignacio Lulla Da Silva y el PT, enarboló la bandera brasileña y el lema del 63, "el petróleo es nuestro", organizando protestas hasta la culminación del debate.

El petróleo había estado en exclusivas manos del Estado por 42 años. Al artífice de la reforma le tomó cinco meses y ocho días cambiar lo que parecía inamovible. Fernando Enrique Cardoso asumió la Presidencia de la República el lo. de enero de 1995.

El trabajo de Cardoso empezó, sin embargo, hace 30 años, cuando en el exilio modeló las ideas de una obra que influenciaría como pocas los rumbos latinoamericanos. Junto con el chileno Enzo Falleto, Cardoso escribió en esos años "Dependencia y desarrollo en Latinoamérica", un libro que cimentaría una corriente de pensamiento: la teoría de la dependencia.

Cardoso y Falleto sostenían entonces que el liderazgo político es un elemento secundario en el poder, en el que intervienen fundamentalmente variables estructurales, en su mayor parte económicas, condicionadas por el sistema capitalista internacional. Desde su perspectiva, el camino al desarrollo en Latinoamérica pasaba, tenía que pasar, por romper los vínculos de dependencia establecidos con los países capitalistas. La línea intelectual del actual presidente brasileño partía en buena medida de su educación en la sociología y su familiaridad con los sectores marginales de su país. Su tesis doctoral "Capitalismo y esclavitud en el sur de Brasil" así lo demuestra. La opción de Cardoso distaba en gran medida, sin embargo, de la simplificación marxista y se aproximaba a la ética weberiana: el ideal como principio y la realidad como medida.

Tal perspectiva le permitiría pasar del mundo académico a la política, del análisis a la praxis, en una carrera que. empezó hace veinte años pero cuyos frutos concretos suman menos de diez. En 1986 Cardoso fue elegido senador por Sao Paulo, iniciando una carrera espectacular. El intelectual que había desdeñado el personalismo, pasaría en la última década de frío estructuralista a hábil voluntarista.

EL ADVENIMIENTO DEL REAL

La historia contemporánea del Brasil tiene, prácticamente, fecha de nacimiento, casi, nombre propio: la creación del Estado Novo en noviembre de 1937, instaurado por la dictadura de Getulio Vargas (19301945), que estableció un hito en América Latina. Vargas, enarbolando lo que luego se conocería como la sustitución de importaciones, instauró una serie de monopolios a cargo del Estado para generar aquello que el sector privado parecía no poder: el desarrollo. Petrobras, Electrobras, BNDES y CVRD fueron los motores de un modelo que quiso probarse exitoso. Hacia fines de los ochenta, sin embargo, el costo de la responsabilidad estatal empezó a dejarse sentir en crecientes déficit, inflación, corrupción y desgobierno, que empezaron a disputar la validez de la herencia de Vargas.

La elección de Fernando Collor planteó los primeros cuestionamientos a la exclusiva propiedad estatal y abrió las puertas a la privatización. La ausencia de reformas estructurales y la propia corrupción al interior del gobierno generaron, sin embargo, la forzada renuncia de Collor y un período de anarquía económica y política. Itamar Franco, el renuente sucesor de Collor, dejó hacer y pasar permitiendo que la inflación pasara del 10% al mes para llegar a niveles de 50%. Lo que parecía inevitable en un país en el que distintas monedas desaparecían en menos de un año y donde los cheques al portador, indexados por la inflación esperada, circulaban cual cuasi-dinero fue, sin embargo, súbitamente detenido. A pocos meses de haber, reaciamente, asumido la cartera de Economía, Cardoso, quien había sido ministro de Relaciones Exteriores, lanzó el real, que redujo la inflación a 2% mensual y le abrió el camino hacia la presidencia.

El profesor universitario, el estructuralista, fue capaz de obtener el 54% de la votación, aglutinando una coalición política lograda con base en el éxito de la política económica, y el esfuerzo y la negociación personales. La coalición, sólida como fuerza electoral, podía presentar, sin embargo, problemas en el poder. Las mayorías necesarias para aprobar las reformas eran poco menos que frágiles. Y en la agenda del presidente figuraban "misiones imposibles". Entre ellas: la reforma del aparato fiscal, la reducción del gasto público, la reforma del sistema de prestaciones, la reforma del sistema financiero estatal, la privatización de generadores y distribuidores de energía, los puertos y las empresas no monopólicas del Estado, la apertura del sector petrolero y la reforma constitucional que permitiría la total apertura a la inversión extranjera.

El estilo de Cardoso, una suerte de negociador a lo Clinton y no de comandante supremo a lo Fujimori, hizo temer lo peor. Como el primero, pecando de excesivamente democrático (si tal cosa es posible), podía caer en la tentación de querer complacer a todos los sectores políticos para terminar entrampado, sin poder hacer nada y perdiendo, progresivamente, liderazgo. Los eventos de hace unas semanas probaron, sin embargo, lo contrario.



Cardoso fue lo suficientemente hábil como para establecer la necesidad de efectuar cambios progresiva y selectivamente, enfocando su atención en temas específicos y rechazando la idea de hacer reformas intempestivas que podían desbaratar el castillo de naipes que es su mandato. La aprobación de las leyes, el primer paso que aún no ha concluido, debería ser el antecedente de lo que debería ser, a su vez, la verdadera revolución brasileña: la lucha contra la pobreza.

LA PROMESA DE LO REAL

Brasil es una de las naciones, si no la nación, más peculiares de América Latina. De origen portugués en tierra de castellanos, pasó de colonia a imperio por convenio de la familia real, y a república federal en un proceso más bien pacífico. Con la población de origen esclavo más grande de América y la colonia japonesa más extendida al sur del Río Grande, combina una mixtura étnica prácticamente horizontal que se dispersa entre un sur extremadamente desarrollado y un noreste de estructura oligárquica. El país se caracteriza además por la peor distribución del ingreso en la región.

Las historias de las mareas humanas que bajan de las favelas de Río de Janeiro a arrasar con locales y turistas en Ipanema y Copacabana, la necesidad de llamar al ejército para controlarlas, y la extendida miseria de Ceará son la expresión de un país en el que la mortalidad infantil es de sesenta por mil en áreas rurales y veintisiete por mil en áreas urbanas, un país en el que sólo el 30% de la población cuenta con servicio de alcantarillado.

En Brasil el 20% de la población más próspera gana el 67% del total del ingreso nacional o el equivalente a 2,700% de lo que gana el 20% más empobrecido. El tercio restante del total del ingreso nacional

se divide entre el otro 60% de la población. En Brasil los ricos, que son muy pocos, son muy ricos y los pobres, que son muchos, son demasiado pobres y los unos viven muy cerca de los otros. En Río, las favelas tienen la misma vista a la playa que los barrios residenciales: desde las primeras se ve tanto el mar como las mansiones. Y eso para algunos es una bomba de tiempo.

Cardoso, por su pasado académico y político, es consciente de tal inequidad. En su discurso de apertura dejó establecido que la justicia social sería el objetivo de su gobierno, que la injusticia sería combatida con empleo, educación, salud pública y vivienda, en lo que su programa de "Comunidad solidaria" representa un primer paso.

El problema de Cardoso, y el de la nación brasileña, reside en pasar de un comprensible programa de asistencia a una política económica que favorezca a mayorías que necesitan más, mucho más, que migajas. Su programa de apertura y privatización apunta en esa dirección: reducir el tamaño del Estado para combatir a la corrupción y el gasto innecesario, y atraer al capital extranjero para generar empleo y contribuir en la tarea del desarrollo. La actual coyuntura latinoamericana podría, sin embargo, dificultar la tarea. El "efecto tequila" ha generado una ola de desconfianza entre los capitales extranjeros interesados en la región, que no han discriminado a las particularidades de Brasil, a la que el "efecto tango" ha contribuido para reducir los flujos entre un 50% y 60% de lo esperado en lo que va de 1995.

Cardoso deberá equilibrar en los próximos años la necesidad de aumentar el gasto social sin generar inflación, promover la inversión extranjera sin dañar a los exportadores domésticos, mantener la estabilidad económica sin sacrificar crecimiento, manteniendo al mismo tiempo el equilibrio fiscal. A su vez, el presidente tendrá que sortear los escollos políticos de una frágil alianza legislativa, equilibrando decisiones entre las demandas e intereses de los sectores industriales, financieros y terratenientes y la necesidad de la mayoría. En Brasil todo es de magnitudes colosales.

Desde Tancredo Neves, el líder del retorno democrático brasileño que cayó enfermo en la víspera de su inauguración y que no vivió para ser presidente, pocos líderes en Brasil han despertado tanta esperanza, tanto entusiasmo, como "Fernando Henríquez", pocos han enfrentado tantos retos con tanta seriedad.

En el umbral del siglo XXI Cardoso ha emprendido una tarea histórica: la renovación del "Estado Novo". Si la creación del real permitió su elección, lo real, sus logros en iniciar las bases de una reforma política, social y económica, le garantizará un sitio en la historia.