Carlos Rivera y Yaure Sánchez | Foto: Karen Salamanca

VENEZUELA

Venezuela: volver al futuro

Crónica sobre lo que implica la caída del bolívar para un ciudadano promedio venezolano.

14 de enero de 2018

Carlos, un ingeniero industrial venezolano, pasó dos meses de vacaciones con sus papás y tres hermanos, en la casa de sus tíos en Cúcuta. Llevaban bolívares suficientes para pagar todas las cuentas de esa casa durante su temporada de viaje pues provenían del único país latinoamericano con una moneda más fuerte que el dólar: Venezuela. Era 1992 y la vida de Carlos y su familia cambió con el paso de los años y la dictadura de izquierda en el vecino país. Hoy, en pleno 2018, la historia es otra: bien podrían ser sus tíos quienes con un sueldo modesto en pesos colombianos alcanzarían a cubrir los gastos de la familia durante dos meses en Táchira. Así hace énfasis Carlos en el giro radical que dio la historia económica de su país: en Venezuela hoy $18.000 colombianos son dos veces el salario mínimo.

26 años después, Carlos visitó tres veces a su tía en Cúcuta para dejarle toda su ropa y regresó a Táchira para renunciar al hospital en el que trabajaba. Tomó toda su liquidación, en una casa de cambio le dieron $40.000 colombianos y llegó de nuevo a la casa familiar para de allí salir directo a Bogotá.

En la capital colombiana lo esperaba Yaure, su mejor amigo, su compañero desde niño. Él le dará un espacio en su apartamento y le ayudará a instalarse en el país, aprovechando sus tres años de experiencia viviendo en Bogotá.

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Si todo sale bien, Carlos encontrará un empleo similar al que tenía en Venezuela, utilizando sus estudios de ingeniería industrial para trabajar en el área de la logística en alguna empresa u hospital y, tal como hace Yaure, enviar dinero a sus familiares en el Táchira mediante sus tías que viven en Cúcuta.

Carlos Rivera en su nuevo hogar en Bogotá

Ganar unos pesos, multiplicar bolívares

Yaure sale a caminar por la famosa carrera 13 y en un par de cuadras encuentra varios venezolanos vendiendo arepas, empanadas, pasteles. Muchos de ellos no llegan a los 35 años y son otro ejemplo de la informalidad laboral que afecta no solo a aquellos que llegan sin permiso de trabajo a Colombia sino a 48,8% de los ocupados en las 13 principales ciudades del país según las más recientes cifras del Dane.

Son meseros, vendedores de manillas, dulces, limonadas y hasta bolívares no solo en Bogotá sino en todas las ciudades de Colombia a las que han llegado.

Varios incluso simplemente piden monedas en el transporte público o los semáforos. Carlos vio a sus compatriotas en las esquinas de Cúcuta pidiendo monedas para luego convertirlas a bolívares al pasar la frontera y lo pensó.

“Yo dije ‘me voy a Cúcuta a los semáforos a pedir monedas y en un día me hago tres o cuatro millones de bolívares’, cosa que no me hago ni en cuatro o cinco meses de trabajo, ocho horas diarias de lunes a viernes. Tres monedas son 100.000 bolívares, nueve moneditas son 300.000 bolívares que es el salario mínimo en Venezuela, 18 monedas de mil es el salario que yo ganaba”, explica.

En el Transmilenio ya se hizo común la imagen de un venezolano, que usualmente rodea máximo los 30 años, con una maleta en su torso que abre para dejar ver grandes cantidades de bolívares que venden por cualquier moneda. El contraste es evidente, hoy un billete de 100 bolívares, el de más alta denominación, apenas puede valer $40. Así que los venezolanos que se suben al transporte público, añaden estos papeles como regalo a quienes les compran chocolatinas, chicles, galletas o cualquier otro de los productos que ofrecen.

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En el vecino país, en el 2008 se le restaron tres ceros a las monedas y casi diez años después un pan baguette cuesta 80.000 bolívares, que con la moneda anterior serían 80 millones, mientras que $80.000 colombianos son 3’400.000 bolívares, es decir 10 salarios mínimos en Venezuela.

Al llegar a Bogotá, Carlos le hizo una curiosa petición a su tío: comprar un shampoo con aroma y confesó que aunque la petición puede parecer absurda, los precios de la canasta básica familiar en su país son tan altos que una botella de shampoo de 400 mililitros cuesta dos salarios mínimos y muchos se ven entonces obligados a usar en reemplazo lo que en Colombia se conoce popularmente como el Jabón Rey.

Muchos de los inmigrantes que recibe ahora Colombia provenientes de nuestro vecino, llegan con la idea de hacer “algunos pesos” para enviar a Cúcuta donde alguien que pueda enviarles dinero a sus papás o al resto de sus familias mediante casas de cambio.

En Colombia, los venezolanos vuelven a ver mercados abundantes y tiendas a las que no les falta nada

La transacción no es sencilla. Se envían $200.000, suficientes para que una familia de cinco integrantes viva durante un mes, por transferencia a alguien conocido en la capital de Norte de Santander, quien se encarga de llevar el dinero a una casa de cambio. Allí los empleados reciben el dinero colombiano, hacen la conversión a bolívares y lo envían vía transferencia electrónica a la cuenta bancaria de un beneficiario en Venezuela.

Lo único que sigue siendo barato en ese país es la gasolina. Con $1 se compran casi 40 litros de gasolina, pues esta sigue siendo subsidiada ya que un incremento en su valor sería “el detonante” de las protestas en todo el territorio nacional.

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Sin embargo “en Venezuela usamos el TAC que es una tarjeta para surtir el carro de gasolina y hay un cupo mensual, si se pasa del cupo ya se queda varado. Si usted es un taxista y se gasta el cupo antes del mes, usted para su carro porque ya no le puede echar más gasolina”, advierte Carlos.

Yaure Sánchez / Foto: John Hamón

Cambiar el panorama y la historia

Yaure estudió diseño gráfico publicitario, se especializó en mercadeo y se fue a Caracas a trabajar. Allí fue contratado en una entidad del Gobierno con la que viajó hasta a China. Hizo murales en Caracas, ahorró, le dieron una liquidación que hace cuatro años equivalía a 230 millones de bolívares, suficiente para comprarse el apartamento que quería.

Pero seis meses después, los bolívares que había ahorrado desde que tenía 19 años, sumados a su liquidación, ya no le alcanzaba ni para comprar la llanta de un carro. “Llegué a San Cristóbal, pasé y le dije a mi hermano recíbame allá en Bogotá, ya no tenía nada”.

Ahora, Yaure trabaja independiente en Bogotá como maquillador, estilista, profesor de danza, artista con material reciclado y publicista, entre otras ocupaciones. Con sus familiares que residen fuera de Venezuela, reúnen el dinero suficiente para enviarles a sus mamás y abuela mediante una tía que vive en Cúcuta para que cubran sus necesidades básicas y compren el medicamento esencial para su abuela.

“En un mes, me intentaron matar tres veces. Con pistola, sintiendo el frío del arma (...) Eso fue lo que me sacó, porque en tu casa puede faltar el pan y si no hay comes yuca, sino arepa, sino harina ¿Pero cuando te falta la vida? ¿Cuando te matan a alguien? Eso no lo recupera ningún Gobierno”, asegura Yaure.

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Ahora, planea convertir una parte de su apartamento en una especie de galería en la que amigos venezolanos se reúnan para mostrar su música, exponer piezas de arte o todo tipo de accesorios y artesanías que allí mismo puedan comprar quienes les visiten, así como un modelo de restaurantes que utilicen como base las redes sociales y empleen a su familia.

Porque si algo le enseñó tanto el comunismo en Venezuela como su vida en Colombia a Yaure fue lo que él denomina “cooperativismo”. La revolución tecnológica y la migración le dieron la idea del “ciudadano del mundo”, uno en el que se tiene acceso a todos los rincones del planeta y el modelo económico cambiará, en algún momento, en función de esas nuevas dinámicas sociales.

Yaure explica que el venezolano no sale de su país porque quiera hacerlo, porque no le guste su entorno sino porque tiene miedo y quiere una oportunidad.

Carlos le añade otro motivo: “el venezolano quiere ayudar a su familia, por lo menos ese es mi pensado. Yo quiero ubicarme. Quisiera trabajar más o menos en lo que hacía allá que es básicamente ejercer mi profesión, yo siempre trabajé con la parte de logística. Me gustaría ejercer mi profesión acá, sé que de pronto un ingeniero en Colombia es bien pagado, pudiera llegar a ser bien pagado dependiendo de dónde se ubique laboralmente y eventualmente ir creciendo y progresando y después, quién quita, salir de Colombia. Hacer unos pesitos, que con pesos es más fácil comprar dólares o euros que con bolívares”.

Ambos desean ver en algún momento a su país con una moneda que vuelva a tener valor en el mundo, con la que puedan volver a viajar, hacer compras, intercambiar divisas. Porque saben que en ese momento, Venezuela ya habrá superado los cambios políticos, económicos y sociales necesarios para permitir que su moneda vuelva a surgir; volver a tener futuro, porque el presente que les tocó vivir parece una pesadilla sin salida. “Venezuela está tan loca y está volviendo tan loca a América Latina, que Maduro tiene que salir. Eso es lo que tiene que pasar”, concluye Carlos.

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