China no quiere que se le considere ni enemigo ni aliado de EE.UU. | Foto: AFP

Internacional

¿Puede China seguir ajena a los problemas del mundo?

Por medio siglo China ha elegido no intervenir en asuntos que no le afectan directamente, pero su condición de potencia económica está exigiendo un rediseño en su política exterior pues la actual parece insostenible.

8 de diciembre de 2013

Las potencias mundiales, y algunas que no lo son tanto, han estado tratando de resolver situaciones tan intricadas como la guerra en Siria, la cuestión nuclear iraní, los conflictos en África y la situación en Medio Oriente. Pero hay una gran ausencia: China, que rara vez se involucra con vehemencia en los problemas que considera que no le atañen directamente.

Por más de medio siglo, la política exterior de la República Popular de China se ha basado en la no injerencia, el respeto de la soberanía de las otras naciones, la no agresión y la convivencia pacífica.

Esos fueron los principios establecidos por el primer ministro Zhou Enlai en la conferencia de paz de Bandung, en 1955.

En las últimas seis décadas, aunque China nunca se ha desviado explícitamente del respaldo retórico a esos principios, frecuentemente no ha practicado lo que predica. En la última parte del período de Mao, apoyó la lucha revolucionaria en los países en vía de desarrollo y en 1979, tres años después de su muerte, el país llevó a cabo una torpe intervención en la frontera con Vietnam.

Y entre 1949 y 1978, China tuvo choques con India, Rusia y, en Corea, con Estados Unidos y la Organización de las Naciones Unidas.

Su argumento en esa época habría sido sencillo. Se defendía. Estaba siendo atacada por Estados Unidos y, desde finales de los años 50, por la Unión Soviética.

Vivía en estado constante de miedo y tenía que estar preparada para responder a los ataques y evitar de nuevo la vergüenza que ya había vivido en lo que se llamó el "siglo de la humillación" después de la Primera Guerra del Opio de 1839.

Los líderes chinos que ganaron la revolución en 1949 estaban dispuestos a lo que fuera para que eso nunca volviera a ocurrir. Cuando los asuntos internacionales los afectaban de forma directa, entonces, ellos devolvían el golpe.

Durante las últimas tres décadas, China se ha enriquecido y ha evitado conflictos. Así que la ambigüedad de un país dispuesto a ser agresivo para defender sus intereses pero que al mismo tiempo pregonaba la paz mundial se desvaneció.

Aunque esa contradicción fue remplazada con otra.

Los motivos de la potencia

El problema ahora es que la zona de influencia de China y el impacto que tienen sus acciones van más allá de la región que la rodea.

Sus inversiones en países con conflictos internos y problemas de derechos humanos en África antes de los Juegos Olímpicos de 2008, por ejemplo, afectaron su reputación y llevaron a que se le tildara de hipócrita.

La lucha en Libia, antes de la intervención de la Otán en 2011, también tuvo un impacto y forzó la evacuación de 36.000 personas.

En Latinoamérica y el sudeste de Asia, sus inversiones, necesidades de recursos e importancia estratégica están creciendo.

Sin embargo, los líderes chinos permanecen lo más cerca posible de los principios de la coexistencia pacífica y no injerencia establecidos por Zhou Enlai.

A pesar de que el mundo ha cambiado dramáticamente, esos argumentos son útiles pues evitan que China se tenga que involucrar en situaciones agobiantes o que termine en una posición contraria a EE.UU. y al resto de Occidente. Además, le permiten continuar concentrada en su formidable desarrollo interno.

¿No relevante?

La resistencia de China de tomar una posición de alto perfil en distintos aspectos de la política internacional y su voluntad de mantener su distancia frente a asuntos polémicos son cada vez más insostenibles: el conflicto en Siria lo dejó en evidencia.

Es claro que los países que son más proclives a las intervenciones humanitarias como Reino Unido y, más importante, Estados Unidos, están atados de manos debido a la reticencia de sus habitantes a involucrarse en otro conflicto y a la incapacidad de continuar financiando costosas operaciones.

No obstante, su inhabilidad para actuar no significa que el problema desaparezca.

China está tan comprometido por tratados y obligaciones que prohiben el uso de armas químicas como cualquiera de las otras grandes potencias y la impotencia de los grandes intervencionistas usuales irónicamente ha elevado la presión sobre China y Rusia para que propongan alguna solución.

Mientras que Rusia trajo a la mesa la idea más fresca para evitar una situación espinosa en Siria -la entrega de las armas químicas a cambio de no ser atacada-, y fue un mediador esencial para ponerla en práctica, China es percibida cada vez más como una nación que está obligada a actuar pero no hace nada.

La influencia de China en el ámbito económico y diplomático es considerable y no puede ser fácilmente ignorada.

Es casi seguro que en los próximos años será forzada a tomar una posición frente a asuntos que alguna vez descartó por estar fuera de su esfera de interés y que, por lo tanto, considera irrelevantes.

Su alcance económico global implica que su poder diplomático y político está empezando a ser una de las fuerzas nuevas más potentes a escala mundial.

Más vociferante, menos nervios

El bajo perfil internacional de China le ha servido para evitar comprometerse en temas tan complicados como el de Medio Oriente y le ha dado la oportunidad de acumular los vínculos más extensos en todo el planeta sin entrar en conflicto directo con Estados Unidos.

Pekín ha hecho todo lo posible por evitar asumir el rol de contrapeso político de Washington o, por el contrario, ser percibido como parte de una alianza con EE.UU., conocida como G2.

Pero quiéralo o no, China, un país que odia estar aislado diplomáticamente, necesita decidir si va a adoptar una vía más intervencionista y evaluar qué palancas diplomáticas puede usar.

Del otro lado, el resto de mundo va a tener que prepararse a tener una China más activa y más vociferante: una China que no debe poner nervioso al mundo; una China que no ha de callar con acusaciones de ser "muy agresiva".

China necesita mejorar la forma en la que comunica sus mensajes, pero también necesita ser escuchada de otra manera. Esos son los retos para ambos lados en la nueva era diplomática hacia la que nos dirigimos.