Tengo un amigo

13 de febrero de 2007

Tengo un amigo con el que juego ajedrez a menudo. A ambos nos gusta mucho el deporte ciencia, pero tal vez tenemos diferentes maneras de concebirlo. Él considera que los peones cumplen un papel de subordinación absoluta y que pueden sacrificarse casi sin cálculo.

No obstante, dado que el ajedrez es un juego de estrategia, cada cual decide su propio curso de acción. Allí está lo enriquecedor del juego. Mi estrategia, al menos en lo que a peones respecta, es muy diferente a lo que las clases de principiante indican.

Comparo el ajedrez con la dirección estratégica de una compañía. En este oficio también hay diferentes tipos de estrategas. Uno que piensa como mi amigo y explota a sus peones intensa y rápidamente porque, en el fondo, no los quiere con él al final de la partida (allí necesitará una torre o tal vez una dama). De hecho, algunas veces sus peones son un estorbo a la hora de ejecutar sus jugadas maestras, para él, son un mal menor. Preferiría que todos los peones fueran torres o algo así.

Este tipo de gerente, tan en evidente desuso en la administración moderna, parece regresar una y otra vez como aquellas viejas modas que se reencauchan, impermeables al paso de los años (las plataformas, botas de campana, entre otros íconos). Están tan desafortunadamente atornillados a sus cargos como lo están en sus cabezas las ideas administrativas de antaño.

El otro tipo de estratega tiene una concepción diferente del valor de los peones. Él juega ajedrez sin poner un valor numérico a cada una de las fichas. Conoce las debilidades y fortalezas de cada una de ellas y, en muchas ocasiones, donde el otro jugador ve un problema, éste ve una oportunidad. Quisiera que hubiera más peones no para sacrificarlos en aras de mejorar su posición estratégica, sino de la misma manera que desearía tener dos damas, porque reconoce su valor estratégico y dinámico.

En administración como en el ajedrez, un peón puede significar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Un peón bien administrado puede cruzar las líneas enemigas y, al llegar al extremo opuesto del tablero, convertirse en dama. ¡Vaya! un peón que se convierte en dama, como me gusta el ajedrez.

Aterricemos un poco
La idea es muy inspiradora, pero todos sabemos que, de los ocho peones, tendremos suerte si uno llega a coronarse. Sin embargo, ello no le merma valor estratégico a este grupo de útiles colaboradores, ni en el ajedrez ni en el mundo corporativo. Los peones siguen siendo importantes y muchas veces decisivos. El trato que les damos los enaltece o minimiza. Depende de nosotros como gerentes (o como ajedrecistas) sacar lo mejor de ellos, empoderarlos y obtener resultados gracias a ellos y no a pesar de ellos.

En el mundo moderno (que en Colombia solo viven unas pocas empresas), el empoderamiento es una de las tendencias más practicadas. Quita a los gerentes la obligación de conocer y decidir en cada minucia de la compañía trasladando esta obligación gerencial a los empleados de cualquier rango involucrados en el proceso.

Ventajas: simplifica la toma de decisiones, permite una reacción más rápida ante un problema y la resolución del mismo en el lugar de los hechos. Motiva a los empleados al hacerlos participes de la administración de la organización, por ende, estos tratarán de dar lo mejor de sí mismos. En suma, asumirán más responsabilidades por la misma paga, pero sintiéndose mejor con ellos mismos, con la empresa y con sus cargos. Además, el gerente podrá dedicarse a cosas más trascendentales de acuerdo a su calificación, como trazar y revisar los planes estratégicos de la compañía, desarrollar políticas y pensar de forma prospectiva.

En conclusión, le diría a mi amigo que fuera mejor patrón que jugador de ajedrez y que estudie mucho. Ajedrez y administración.

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