En el 4F contra las FARC la Sociedad Civil Colombiana desmintió su neutralidad

25 de marzo de 2008

Debo confesar que sentía desde la noche del 3 de febrero una enorme expectativa por la efectiva concurrencia de los Colombianos a la convocatoria del NO MAS FARC, aquí y en el mundo. No me quería hacer muchas ilusiones porque somos ciudadanos más bien apáticos e indiferentes frente a los grandes problemas de la Nación, e incluso había concluido que los colombianos habíamos optado por avalar la “neutralidad” frente a las mal llamadas “partes del conflicto”. Aderezaban mi pesimismo los intentos de saboteo de la marcha en Bogotá y en París, y la respuesta de amigos del alma que me confesaron honestamente que no se unirían por no “hacerle el favor a Uribe”.

Pero, además de encontrar un espléndido día iluminando las calles llenas de gente de todas las extracciones, decidida, amable y sincera, dos escenas singulares me fueron dando la pauta de lo que, en mi opinión, demostró que la sociedad colombiana es, de lejos, más grande que los partidos, que los gremios, que los sindicatos y que sus “intelectuales”.

La primera tenía como protagonistas a un grupo de obreros de un edificio en construcción sobre la carrera 7ª con calle 32, quienes resueltos a no quedarse por fuera del sentimiento que ese día concitó a la Nación, decidieron sumarse a la causa uniendo varios costales sobrantes de los materiales de la obra, sobre los cuales a modo de pancarta escribieron la consigna NO MAS FARC. A falta de papel blanco picado, como el que usaron los ejecutivos de la calle 72 para lanzar desde sus despachos, otro de estos muchachos obreros rasgaba un pedazo de icopor desde la última plancha de la estructura. La artesanal pancarta ondeaba sostenida por el grupo de trabajadores en lo alto, partículas blancas caían y todos los que fuimos testigos de este macondiano momento pasamos saliva para no llorar; aplaudimos a rabiar el deseo de estos compatriotas de no estar ausentes del sentimiento de Colombia.

Algunos metros más allá me tope con un anciano que caminaba con dificultad entre la marcha vital. Exhibía con apuros una pequeña y machacada foto de su hijo secuestrado en 1998 en la toma de “El Billar” (Caquetá), de lo cual me enteré cuando aceptó dejarse tomar una foto antes de romper a llorar.

Más allá de la avalancha de los análisis sociológicos y periodísticos que veremos venir, desde mi perspectiva ciudadana creo que el mensaje con mayores implicaciones políticas y jurídicas que nos envió la marcha es que la Nación Colombiana ya no es neutral: Durante años la sociedad civil se mostró intimidada frente a las actividades criminales de las FARC y algunos sectores minoritarios, acostumbrados al ciclo entre las políticas de negociación, apaciguamiento y combate para controlarlos (no para derrotarlos), decidieron que no tomarían partido ni frente al Estado, ni frente a la guerrilla.

De hecho algunas de las soluciones propuestas para enfrentar a las FARC pasaron por este postulado de la neutralidad frente a las “partes”, llegando al extremo de comunidades que, en el propio territorio de Colombia, declararon que no realizarían actividad alguna que tuviera relación directa o indirecta con las operaciones militares de ninguno de los actores en conflicto. Es decir, hubo colombianos que contrariando sus deberes constitucionales, declararon que negarían cualquier colaboración incluso a las autoridades legítimamente constituidas, basados en la tesis de la neutralidad. Aunque estas manifestaciones fueron muy reducidas, el silencio del resto de la sociedad civil aparecía como aval de la nefasta neutralidad.

Los resultados de la marcha del 4F son la voz contundente de esta sociedad que, pasando por la multiplicidad de oficios, géneros y edades (como las de los obreros de la 7ª y los ejecutivos de la calle 72), unánimemente condena frente al mundo todas las actividades de las FARC, sepulta sus aspiraciones como proyecto político, desconoce cualquier representatividad que embusteramente se haya atribuido a nombre de cualquier sector de la población y, por el contrario, defiende las instituciones del Estado colombiano, territorio y autoridades, con sus defectos y virtudes.

Con la claridad de este mensaje, me parece pues que están llamados a excusarse ante la Sociedad Civil aquellos ciudadanos que, inspirados por los vientos de la neutralidad, se han acomodado plácidamente entre las instituciones del propio Estado colombiano, para decir o demostrar sin sonrojo que no están ni a favor ni en contra de las FARC. Ojo, que la vapuleada libertad de expresión que se suele esgrimir para justificar estas conductas, como todos los derechos de los ciudadanos tiene sus límites y estos límites los ha ratificados claramente la Nación.

Otro tanto deberán considerar eruditos del mundo entero e incluso de Colombia que anclados en los postulados de la neutralidad, como lo hicieron recientemente intelectuales y ciudadanos “progresistas” en el “manifiesto contra la barbarie cotidiana” publicado por el matutino francés Libération (31 de enero de 2008), rechazan los crímenes de las FARC si son cometidos contra la sociedad civil, pero dialécticamente justifican los que se cometen contra los miembros de nuestras fuerzas de Policía y del Ejército.

Sin los sofismas de aquél manifiesto que evidentemente tiene como propósito exculpar a las FARC ante los europeos en la víspera de la marcha, o sin el supuesto pragmatismo de otros columnistas <>, en la marcha del 4F los colombianos exigimos claramente la entrega de todos los secuestrados de las FARC, no sólo de los civiles, y no distinguimos entre retenidos, combatientes, prisioneros de guerra, prisioneros políticos, etc, etc, etc. La Sociedad Civil Colombiana, más grande que sus intelectuales, no cayó en la inmoralidad de distinguir entre el dolor de las familias de los secuestrados civiles y el que experimenta el anciano padre del policía que me crucé en la marcha o el de la madre del Capitán Julián Guevara.

Quisiera que alguno de estos “ciudadanos progresistas” del panfleto contra la barbarie, se hubiese topado con el padre del policía de “El Billar” y le explicara mirándole a los ojos, porque su dolor es inferior al dolor de los familiares de los otros secuestrados con notoriedad social o política, o porque en él si se justifica el uso de cadenas al cuello, cuando lo que su hijo hacía era defender con valor la integridad de nuestra Nación y de nuestro territorio.


* Abogado, Especialista en Gobierno y Políticas Públicas

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