¿Cuánto dinero necesita el hombre?

19 de abril de 2007

 Hemos creído, equivocadamente, que el dinero es felicidad. Falsa premisa de nuestros días que envuelve la existencia turbia de la humanidad. ¿Cuánto dinero necesita el hombre? Un millón, dos millones, diez millones, mil millones… Ninguna cantidad es suficiente para llenar nuestra alma; ni su ausencia ni la abundancia son garantía de felicidad. Aquello de que el corazón del hombre está donde está su fortuna, es la única realidad que nos acompaña en nuestra vida.

Mira, observa, detente a contemplar aquellos seres que trabajan día y noche para llevar fajos de billetes a sus hijos; obsérvalos con detenimiento: ¡No son felices! Arrastran tras de si una inmensa cadena de infelicidad. Han querido llenarla con dinero, con falsos cheques chimbos de inutilidad. Todo aquello que pretenden dar no es otra cosa que un remordimiento de conciencia por el tiempo perdido que no pudieron entregar; sus almas llenas de dudas, de miedos, de angustias que como gusanos corroen sus entrañas.

No envidies al que después de una vida llena de esfuerzos tiene únicamente riquezas para entregar; sus hijos, su pareja, sus principios íntimos son la clara manifestación de su fracaso. ¿Acaso sus lujosas casas o sus grandes haciendas son garantía de tranquilidad? Indudablemente, no.

La mejor cosecha es aquella que no hicieron: la felicidad de su hogar, la sonrisa y la entrega de su compañero, el abrazo tierno y sincero de sus hijos, que tuvieron que pagar el más alto precio por llevar el rótulo social de pudientes: ¡Su soledad! Mirar el rostro de abandono y postración, observar sus manos extendidas al vacío para acariciar una sombra que creyeron era su madre o su padre. Ese precio tan alto cóbraselo a tu peor enemigo.

Los ideales de los sin ideal están formados en la simple acumulación de dinero. Sus días, sus noches, sus esfuerzos y sacrificios son la prisión más severa que pueda hombre alguno padecer. Insaciables hasta el cansancio, se consagran al trabajo inútil y frustrante de amasar fortuna que abre agujeros en su alma. Su risa desaparece, sus alegrías se esfuman, les aburren hasta la desesperanza los días en familia y cuando se aproxima un día de descanso laboral, gimen, chillan, protestan por cuanto la presencia de los suyos apestan a desesperanza y la caja registradora deja de marcar ceros y más ceros.

De sus días no queda nada, de su glorias el simple recuerdo de unas cifras y de su existencia la triste realidad de que no vivió. Un epitafio digno de sus huesos sería: “Trabajo hasta el cansancio sin vivir un solo de sus días”.

¿Cuánto dinero necesita el hombre? El necesario para no atarse ni esclavizarse, el que le permita vivir sin necesidades y el que le abra las puertas de sus seres queridos. Lo demás es aridez, esclavitud, barbarie, desolación, ruindad.

Los principios basados en el poder adquisitivo son principios de muerte, de ruina, de soledad.

Los progresos humanos no se miden por la cantidad de dinero acumulado, se tasan en la capacidad de sonreír y de compartir. Evolucionar significa comprender que el valor de tu familia está por encima de cualquier cantidad de dinero y que acompañar a tus hijos en su crecimiento y formación es la mejor forma de agradecer a Dios por sus bendiciones. El alma del hombre padece cuando por culpa del dinero formamos monstruos sacados de nuestras entrañas.

Miré hace poco el alma de una niña en apariencia feliz: era miserable y aunque no lo expresaba, reprendía su destino al poseerlo todo y no tenerlo nada. Su madre, su padre, afanaban sus días en la búsqueda de cosas maravillosas que nunca llenarían sus anhelos; su soledad era incomprable, su angustia interrenal. Sola, perseguía la soledad. Despreciada, despreciaba a los demás. Y en esa ruleta rusa se jugaba la vida y la perdía. No tuvo amor y no estaba obligada a darlo. En su inocencia violada, consideraba que el poseer dinero le brindaba autoridad y poder sobre los demás, gritaba y chillaba como loca cuando no se le compraba el helado o la muñeca que pedía. Sus padres creían que eran actos de ingratitud, si todo lo tenía ¿qué más podía pedir? Pues a ellos, a ese amor que ya nunca más le podrían dar, pues le robaron sus días, la mataron en su ser.

Un humano así, mutilado y asfixiado no puede ser feliz, no puede darse el lujo de irradiar paz o tranquilidad. El hombre posee más de lo que necesita y ha terminado esclavizado de su dominios, vencido por su conquista y atormentado por su sueño de felicidad.

Tampoco la pobreza es el camino. Es el punto equilibrado entre lo que necesitamos y lo que podemos adquirir. Un minuto de tu vida es demasiado sagrado para venderlo por unos simples billetes que forran un destino.

Al dinero sin límites le sigue la infelicidad sin límite. La inacción en la acción del trabajo asalariado persigue el fantasma de su propia destrucción.

¿Cuánto dinero necesita el hombre? No sé. Lo que si sé es que el hombre se ha perdido tratando de acrecentar sus riquezas, se ha condenado a existir entre cuatro paredes donde cree estúpidamente vivir; de las veinticuatro horas del día, 15 o 16 las derrocha en su propia muerte, el resto las duerme para olvidar su desgracia: envejece lejos de los suyos, sin saber que sus hijos, presos de su propia codicia, deben soportar los barrotes de una lujosa casa. A ellos se les ha condenado a ser sus propios carceleros, a creer en sus padres son unos santos que se sacrifican por su propio bien, para labrarles un destino.

A toda esta iniquidad responden ellos que es necesario trabajar. Si, el trabajo es dignidad, pero nuestro mayor trabajo y constancia debe darse en proporcionar satisfacciones a los nuestros, en saber que tras una ausencia nos recibirán con sus bracitos tendidos y su corazón abierto a nuestras pequeñas sorpresas. Lo grave es que cuando llegamos a nuestro hogar ellos ya están dormidos soñando con un mundo diferente donde a cambio de dinero puedan entregarles amor. Se trabaja para ser feliz, no para llenar nuestros días… Se trabaja para ser feliz no para llegar cansados y agotados al hogar. Después de todo las riquezas que producen soledad son, a su vez, la larga cadena que nuestros hijos tendrán que soportar. Sin esperanzas, sin otra visión, sin otra alternativa, construirán su futuro en las mismas condiciones y repartirán a sus hijos las mismas desesperanzas disfrazadas de una aparente comodidad.

Las riquezas que nos hacen perder los esplendores del Sol son miserias; un valle o un río en compañía de los nuestros jamás perderán su poder adquisitivo y son la fuente de un cristianismo más puro y solidario. Si para ganar tus riquezas necesitaste perderte tú, hiciste un negocio chimbo porque jamás podrás cobrar el interés.

Mira a tu niño, mira a tu niña; ¿son felices? Tú corazón conoce la respuesta, tu conciencia conoce la verdad.

Siempre he creído que el cristianismo capitalizado es una gran mentira, una careta del Nazareno que lo condena a eternas agonías. Ninguna riqueza es producto de la justicia, para que alguien sea rico se necesitó que alguien sea explotado, que los productos no se cobraran en su real valor. El cristianismo de alcancía es una alcantarilla hueca donde compramos nuestra salvación.

Ve, abraza a los tuyos, pídeles perdón y en un acto de contrición, respóndete tú: ¿Cuánto dinero necesita el hombre? ¿Valió la pena al finalizar el día perder lo más sagrado por unos cuantos billetes de más?

peobando@gmail.com

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