Contradicciones en la escena global

30 de noviembre de 2006

Ya pasaron los días en que en medio de cátedras y programas académicos escuchaba hablar de la globalización como un fenómeno económico futuro, como una ideología que se concretaba progresivamente en el tiempo, como un acontecimiento social de grandes magnitudes para el que habría que prepararse o como un sistema global en el que solamente éramos agentes pasivos. Los días en que empezaban a sobresalir los vocablos apertura, desgravación, desregulación, competitividad, entre otros, y se insinuaba el interés de las compañías por mejorar sus estándares de calidad en procesos y en productos para expandirse a mercados externos y contrarrestar la competencia extranjera, también futura.

Sin embargo, mientras la globalización hacía parte - y aún hoy con más fuerza- de la retórica común empresarial y política del país, y se visionaba como un escenario lejano que habría que asimilar progresivamente, sin darnos cuenta, ya estábamos inmersos en ella. Y no se si por miopía o por retardo, hoy, cuando el país se enfila hacía la concreción de acuerdos comerciales vitales para su desarrollo y el fenómeno global se manifiesta como una realidad, parece que todavía estuviéramos esperando que sus tentáculos hicieran presencia.

Razones hay de sobra. Es inconcebible que en pleno campo de batalla, y a sabiendas que un proceso económico expansionario como en el que se encuentra el país actualmente requiere grandes esfuerzos en diferentes campos de actividad económica y productiva, existan tantas incompatibilidades y se siga palideciendo a la hora de tomar decisiones fundamentales en los aspectos más críticos de nuestra economía, sobretodo cuando están próximos retos de vital importancia que si se aprovechan pueden incidir en el mejoramiento, no solo de nuestros indicadores económicos, sino sociales. Colombia debe adoptar medidas coherentes y claras que permitan implementar nuevos cursos de acción de manera creativa en la creación y fortalecimiento de sus instituciones, con el ánimo de lograr un funcionamiento armónico con la globalización sin dejar de lado las metas de igualdad social, y el mantenimiento de un equilibrio entre las necesidades domésticas y las de expansión económica exterior. Para ello, más que un cambio en el modelo económico, lo que se necesita es la adopción de una estrategia como país, en la que no solamente se definan objetivos parciales y excluyentes, sino en la que se tenga en cuenta a todos los colombianos junto con sus necesidades y derechos, así como los mecanismos necesarios para llevar bienestar y desarrollo al conjunto de la población.

La globalización es un proceso que integra a las diversas sociedades, pero a la vez modifica las pautas de comportamiento prevalecientes; tiene una aspiración de mayor inclusión territorial, aunque desata simultáneamente la exclusión de sectores ciudadanos; pretende una homogeneidad en los principios económicos y jurídicos básicos, y al mismo tiempo puede producir graves desequilibrios regionales y sociales1. En Colombia esto ha sido evidente.

Un caso que pone de manifiesto dichas contradicciones es el de Buenaventura, el principal puerto marítimo del país, por donde circula la mayor parte del comercio de Colombia por el Océano Pacífico. Aquí las condiciones de vida de la mayoría de la población bonaverense se debate entre la desesperanza y el optimismo por un mejor mañana; un gran contraste entre la importancia del puerto y las precariedades en la que subsisten sus habitantes. Según datos oficiales la mitad de la población no tiene servicio de alcantarillado y solo se dispone del servicio de agua potable durante seis horas al día, situación que también se extiende a otras zonas del país y que revela el gran reto social que tenemos en los años venideros.

Pero el titulo de primer puerto colombiano sobre el pacífico también contrasta con la disponibilidad y condiciones de sus vías de acceso. Las flaquezas en materia de infraestructura vial con que cuenta Colombia se hacen evidentes cuando se cruza el peaje de loboguerrero, una carretera estrecha, carente de rectas y propensa a deslizamientos de tierra, situación que dificulta la conexión entre las zonas de mayor actividad industrial con el puerto. Los problemas de Buenaventura son el prototipo de los que a la nación entera le aquejan. No se puede pensar en competitividad cuando los fundamentos, las condiciones y los factores sobre los cuales esta se construye, se encuentran tan débiles como se encuentran aquí.

La competitividad está fundamentada sobre la base de los valores sociales, sobre la sociedad misma, es un proceso que nos incluye a todos, es un sistema en el que no se puede dejar de lado la esfera social, depende cada vez más de la creación de ventajas competitivas dinámicas sustentadas en el conocimiento, el capital humano, la innovación, la diferenciación y el desarrollo de procesos y productos, y no solamente en la preservación de ventajas comparativas estáticas basadas en la disponibilidad de recursos naturales y mano de obra no calificada. No se puede seguir pensando en competitividad y en incremento de los niveles de bienestar social como elementos mutuamente excluyentes, cuando en realidad son interdependientes.

Si se amplían las oportunidades para la población en materia de educación acorde a las necesidades del momento y se mejoran los niveles bienestar social en salud y vivienda, se podrá contar con un talento humano calificado y apto para alimentar y fortalecer una estructura empresarial y productiva sobre la que se puedan sustentar los objetivos nacionales de expansión económica. A su vez, con una estructura más sólida la obtención de buenos resultados es más probable, los cuales distribuidos equitativamente, propiciarían el incremento de mejores niveles de calidad de vida. El problema se da cuando se corrompe el sistema y los actores de mayor poder solo actúan en función de sus intereses individuales dejando de lado a las mayorías.

En cuanto a infraestructura la situación es similar. El estado y la insuficiencia de la malla vial terrestre coloca al país en una posición incomoda ante las demás economías de la región, sobre todo ahora cuando se ha firmado un tratado de libre comercio con chile, se está al expectativa de la ratificación del TLC con los estados unidos y se pretende seguir incursionando en diferentes acuerdos comerciales de orden regional que exigen la adopción de medidas rápidas para sacar provecho de las oportunidades que se puedan generar para la economía y las demás esferas de desarrollo. Si se hace lo que se debe hacer en materia de infraestructura, podremos tener un sector industrial más dinámico, más interconectado con los puertos que son, y seguirán siendo en mayor medida, los ejes sobre los cuales circula el comercio internacional. Por tal razón es vital darle concreción a los proyectos que a actividad portuaria y productiva se refieren.

Pero más allá de todo, lo principal, es depurar nuestras instituciones, sobretodo las instituciones políticas que en los actuales momentos se encuentran impregnadas de corrupción. Es fundamental la existencia de un estado transparente que interprete las necesidades de sus ciudadanos y actúe acorde con esas necesidades.

La globalización será beneficiosa en la medida en que seamos competitivos, y si, a la vez, esa competitividad redunda en beneficios sociales.

Fuente: Programa de estudio la industria de América Latina ante la globalización económica.

1. Comisión de análisis y recomendaciones sobre las relaciones entre Colombia y Estados Unidos, “Colombia: una nueva en un mundo nuevo”.




Noticias Destacadas