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¿Y el empleo?

Durante el primer semestre de 1997 se destruyeron 200.000 empleos de obreros y empleados particulares en las siete principales ciudades.

1 de octubre de 1997

Las recientes discusiones sobre la existencia de una reactivación de la economía han hecho perder de vista la situación de los mercados de trabajo. Parece ser que después del terrible primer trimestre, cuando la economía cayó más que en cualquier otro período de los últimos veinticinco años, los distintos analistas coinciden en identificar un ligero mejoramiento de las ventas del comercio y los pedidos a la industria.



Pero el mejoramiento no es universal ni muy contundente. Aunque el segundo trimestre de 1997 tuvo una actividad 2,7% mayor que el mismo período del año anterior, el balance del año que cierra en junio es menos satisfactorio, en especial en los sectores urbanos. Excluyendo a agricultura y minería, el PIB urbano creció apenas a un ritmo del 0,4%, es decir, 1,5 puntos por debajo del crecimiento poblacional. Por más fuerte que fuese la recuperación del segundo semestre, el ingreso urbano per cápita difícilmente dejará de caer en términos absolutos durante 1997.



La fuerza, todavía imprecisa y débil, del respiro en la actividad empresarial tiene efectos aún más inciertos sobre la creación de empleo. Tras superar la confusión ocasionada por el último censo entre los demógrafos, el DANE ha comenzado a difundir las cifras detalladas de sus encuestas de hogares. Y la información que presenta es verdaderamente valiosa. Durante el primer semestre de 1997, el empleo asalariado privado cayó 6,7%. Es decir, se destruyeron 200.000 empleos de obreros y empleados particulares en las siete principales ciudades. El enorme crecimiento del empleo informal (al 5,8%) y del empleo público (al 5,3%) así como el desaliento de quienes buscan trabajo no alcanzaron a compensar la persistente reducción del empleo privado y el desempleo continuó aumentando.



La dinámica del mercado de trabajo puede entenderse mejor en una perspectiva más amplia. La primera parte de la gráfica ilustra el crecimiento anual del empleo privado y su conexión con el crecimiento de la economía urbana, durante lo que va corrido de la década. Después de crecer aceleradamente al 4,5% anual entre 1991 y 1994, el empleo asalariado provisto por el sector privado se ha desplomado. Su tasa de crecimiento se ha reducido sistemáticamente y hoy en día hay menor número de empleados, en términos absolutos, que a mediados de 1994. La segunda parte de la gráfica indica que la dinámica de empleo público ha estado inversamente correlacionada con la creación de empleo privado durante los noventa. De 1991 a 1994, el empleo público decreció y el empleo privado se aceleró. De 1995 a 1997, el empleo privado decreció y el empleo público se aceleró.



La crisis de empleo no se resolverá con pañitos de agua tibia. Con más informales, más desalentados y más burócratas no se reducirá el desempleo. El desempleo comenzará a ceder sólo cuando se reactive la creación de empleo privado por el sector productivo. Es evidente que el crecimiento económico es un componente fundamental para lograrlo. Pero las recuperaciones tibias e inestables como la que hoy ocurre, no generan empleo. Se requiere la recuperación de una senda estable de crecimiento económico.



Sin embargo, a diferencia del pasado, ello no parece ser suficiente. Lo que los economistas denominan "elasticidad empleo-producto" se ha reducido sustancialmente en los últimos años. Entre 1976 y 1994, el empleo urbano crecía proporcionalmente más que el producto. En los últimos tres años ha crecido mucho menos. Es decir, y como se ve claro en el gráfico, la caída del empleo durante este período ha sido mayor que la desaceleración de la economía.



Las explicaciones que han presentado los economistas colombianos no son aún convincentes. La apertura económica, las inversiones privadas y los impuestos de seguridad social se identifican hoy en las discusiones del país como los causantes más comunes. El gobierno y algunos gremios han insistido en que las importaciones han destruido empleo. Instituciones académicas han asociado la caída del empleo con el aumento de la inversión en maquinaria y equipo del período 1992-95 y con la reducción de la inversión en vivienda. Otros analistas le atribuyen un papel más importante a los crecientes impuestos a la nómina asociados con las reformas de la seguridad social.



Pero el impacto cuantitativo de estas posibles causas es insuficiente para explicar tal desplome del empleo privado. Las mayores importaciones disminuyen algunos empleos, pero las mayores exportaciones no tradicionales crean otros, y el efecto neto no parece ser mayor. Las inversiones en maquinaria deberían haber sustituido empleos no calificados y estimulado empleo calificado. Y precisamente éste fue el empleo que más cayó. Además, en los dos últimos años la inversión privada no ha aumentado sino caído más del 30%. Por otro lado, el costo adicional de la seguridad social para las empresas no resulta mucho mayor que el ahorro derivado de la eliminación de la retroactividad de las cesantías.



Creemos que hay que indagar más seriamente por las razones del desplome del empleo. De una parte, los salarios han crecido más que la inflación, mucho más que la tasa de cambio y muchísimo más que los precios de los bienes transables. Con ello, la dinámica salarial resulta incompatible con la competitividad de una economía abierta y la distribución del ingreso. Más salarios para menos gente empleada no resulta muy equitativo. De otra parte, el conjunto de estímulos en la legislación laboral y tributaria en Colombia han ido crecientemente en contravía de las tendencias del resto del mundo. Los costos de enganche y despido son ahora en Colombia de los más altos de América Latina. Y los impuestos sobre el capital, después de tanta reforma tributaria, están quedando entre los más altos del mundo entero.



Lo sorprendente del caso colombiano es que lo delicado de la situación de empleo no ha ido acompañado de un esfuerzo serio de los analistas por estudiar más a fondo el problema y de las autoridades económicas por proponer o comenzar a poner en marcha políticas de empleo más eficaces. El país no puede apostarle a resolver el agudo problema actual del desempleo con las promesas de reactivación de la economía, o con el esperado ciclo político del clientelismo, que además de débil serán inestables e insostenibles en los próximos dos años.



Cuando en 1984 Colombia tuvo un problema de empleo menor al actual, el gobierno de entonces promovió una iniciativa no partidista de estudios sobre el problema laboral, la Misión Chenery, cuyas recomendaciones sentaron las bases para las decisiones del país en los siguientes diez años. Hoy hace falta una iniciativa como ésta, o más ambiciosa. El gobierno se ha encerrado en sí mismo y no lo ha asumido, pero el sector privado tampoco. Además, los equipos de los candidatos a la Presidencia de la República deberían comenzar a pensar en serio y preparar propuestas concretas, sobre el problema más grave que enfrenta al país.

El empleo se reactivará cuando los analistas superen los lugares comunes que ya dejaron de tener validez y cuando un nuevo gobierno sea capaz de asumir las nuevas políticas tributarias e instituciones laborales que el país requiere para salir del problema que más les duele a todos los colombianos.

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