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Newton artífice del dinero

Isaac Newton, además de descubrir la ley de gravitación, fue funcionario del Banco de Inglaterra, encargado de perseguir y enjuiciar a los falsificadores de moneda.

GABRIEL Restrepo
1 de marzo de 1995

Todos sabemos que el buen Newton (1642-1727) descubrió la ley de gravitación universal. Por cierto, el descubrimiento no fue tan simple como lo pinta la leyenda. Newton, se dice, reposaba a la sombra de un manzano. De repente cayó una fruta y el sabio pudo gritar ¡eureka! Pero para descubrir la ley de gravitación universal Newton debió inventar primero el cálculo infinitesimal, que no era poca cosa. Y antes de disfrutar de la sombra del árbol debió cotejar los escritos de Copérnico, Tito Brahe, Galileo y Kepler, y tantos otros.

Con todo, de la leyenda queda la sospecha de ser una reinvención del descubrimiento del pecado original, pues en ambas historias aparecen un árbol de sabiduría y una manzana. ¿Pero dónde estaban la mujer y la serpiente de Newton?

De la mujer no hay ni sombra de rastro en el sabio., pues era un misógino empedernido. La única mujer de su vida al parecer fue su madre, que al enviudar del padre de Newton y casarse por segunda vez, provocó los celos del pequeño pietista que ya se acusaba en sus diarios de adolescencia de querer incendiar la casa del sustituto.

Y de la serpiente ¿qué? Aquí entra el diablo a barajar. Pues los historiadores han descubierto facetas de Newton que el pudor

había callado. Sucede con todas las grandes figuras, cuya fama se lima de pretendidas impurezas, que tampoco son para tanto.

- Quién se hubiera imaginado que Newton fuera hereje oculto? Y nada menos que arriano, es decir, negaba que Dios fuera trino. Así como había un solo sol alrededor del cual giraban en ordenada procesión los planetas, para Newton no podía haber más que un Dios. Cristo era un hombre y no existía la tercera persona. Aquello era ir contra las creencias católicas y anglicanas, que para el sabio eran ardid del anticristo.

No se trataba, sin embargo, de una creencia cualquiera. Entre los papeles, que fueron comprados por Keynes, los escritos de Newton

sobre teología y cronología religiosa totalizaban 1.400.000 palabras, algo así como el equivalente a la memoria almacenada en 10 discos corrientes de computador. Al parecer Newton quería datar el día del juicio final y quizás pensaba que su revelación científica estaba asociada a la aparición de la verdad divina.

También fue alquimista. Sus escritos sobre este tema que la historia científica oculta como un pecadillo alcanzaron mucho más del millón de palabras. La búsqueda de la piedra filosofal, del oro de los oros, tendría éxito, sin embargo, por un inesperado camino.

Célebre ya en vida, el sabio también fue parlamentario por un año. Poco proclive a la política, aceptó un cargo como inspector de la Casa de la Moneda en 1696. Ocupó con tal celo el cargo, que ya a los tres años fue nombrado director a perpetuidad. Pero antes de acomodarse a las facilidades de la gerencia, Newton debió asumir el trabajo sucio de la Casa de la Moneda.

¡La historia lo puso nada menos que en el momento de inauguración del Banco de Inglaterra! En aquella encrucijada fue como si Newton debiera enfrentar la ley de Gresham con una ley de gravitación aplicada a la economía. Es decir, contrarrestar la falsificación y recorte de monedas, entonces en boga, con la fabricación de una moneda de buena ley. Pues en aquel momento se jugaba nada menos que la confianza en la institución del dinero y con él la soberanía de Inglaterra. Aquello demandaba mecanizar y simplificar la producción de monedas, retirar pronto el circulante envilecido y perseguir y enjuiciar a los monederos falsos.

Por asombrosos pero nada extraños paralelismos la ley física, la ley económica y la ley penal se juntaban en una misma persona que debía poner orden en los cielos y en la tierra y perseguir a los falsos sacerdotes, a los falsos científicos y a los monederos falsos.

El buen éxito del cazador consiste en parecerse a la presa. Por ello en los tiempos primitivos el hombre se vestía con la piel del animal atrapado. Lo mismo debió hacer Newton para llevar a la horca a no pocos falsificadores de moneda, en una sociedad donde la ley en todos los órdenes era incipiente. Resulta delicioso imaginar a Newton disfrazado de pícaro recorriendo los bajos fondos en busca de pistas sobre los no menos geniales delincuentes de la época, de los cuales se dice que enjuició a cien.

Como sucede con todo gran detective, Newton halló un buen pillo con el cual medir su verdadero poder. Vendedor de relojes de hojalata, curandero, charlatán, jugador, prestidigitador y maquinador de intrigas políticas, William Chaloner pronto aprendió a dorar monedas y a distribuirlas en Londres. No contento con ello, Chaloner ofició como acusador de Newton y de la Casa de la Moneda ante la Cámara. Newton tendió el cerco, indultó a secuaces para atrapar a la presa mayor y la llevó a la horca en 1699.

Newton es pues padre de la física, pero al mismo tiempo de la economía y de la criminalística. Instituciones como la Reserva Federal de los Estados Unidos o el Fondo Monetario Internacional estarían en mora de rendirle un homenaje.

Con todo, hay en la historia una figura que perseguiría a Newton en los mismos infiernos: Luis XVI. El perseguido y depuesto rey huyó disfrazado y al cruzar la frontera fue reconocido por un campesino que identificó al rey por un soberano, una moneda de buena ley con una bien impresa cabeza del monarca. A causa de una moneda con una bien acuñada cabeza, el rey perdió la suya. Como la moneda, la ley tiene doblez y azar. La historia resulta más irónica si se tiene en cuenta que los procesos de nueva acuñación de la moneda en la Inglaterra de Newton fueron copiados de un inventor francés que vendió la patente a la Casa de la Moneda.

El lector que quisiera ilustrarse en estas caras ocultas de Newton puede leer con mucha delicia la biografía en dos tomos de Gale E. Christianson publicada por la editorial Salvat. No le costará más de unas cuantas monedas y no perderá la cabeza.

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