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Setor Financiero

La crisis de la deuda

Los principales contusos en el último estrellón del sector financiero contra la realidad de la recesión han sido los accionistas, no los ahorradores.

1 de septiembre de 1997

Como era previsible en circunstancias de recesión económica, y después de varios años de crecimiento explosivo del crédito, la calidad de la cartera del sistema financiero ha sufrido un serio deterioro. El primero de agosto la cartera vencida estaba en 3,01 billones de pesos y equivalía a 7,18% de la cartera bruta, más de dos puntos por arriba de los niveles de hace dos años.



El promedio de la fiebre no es muy representativo. Algunas entidades de crédito que han seguido políticas muy conservadoras tienen una cartera morosa incluso inferior a sus provisiones, mientras otras están ardiendo. Leasing Capital, la mayor de las entidades intervenidas este año por la Superintendencia Bancaria, tenía en junio una cartera vencida equivalente al 72,98% de su cartera bruta, diez veces mayor que el promedio.



Hasta ahora sólo entidades pequeñas, con activos que sumadas no alcanzan medio punto porcentual del sistema, han sido intervenidas en términos que afectan a los ahorradores. Pero eso no significa que el problema de la cartera morosa haya sido superado: incluso si ningún ahorrador vuelve a perder un peso (y es mejor no apostar a eso), el deterioro de la cartera se ha convertido en un fuerte dolor de cabeza para los dueños de muchas de esas entidades, porque implica la necesidad de castigar los resultados con grandes provisiones.



En el primer semestre de 1997, el sistema financiero hizo provisiones de ese tipo por 680 mil millones de pesos, cifra superior en un 66% a sus utilidades netas semestrales, que fueron de 409 mil millones. Claro que una parte de las provisiones de cartera se revierte posteriormente, cuando se logra el pago, pero el golpe inmediato contra las utilidades es doloroso y en algunos casos demoledor.



Bajo la presión de una cartera deteriorada en lo corrido de 1997, varias de las entidades más débiles han sido vendidas, otras han sido absorbidas por sus matrices o sus acreedores, y son todavía más frecuentes los casos en los cuales los accionistas han tenido que meterse la mano al bolsillo para comprar cartera mala de las entidades o para capitalizarlas por arriba de la mesa.



La pregunta es si ya se tocó fondo y puede esperarse una estabilización de los indicadores en este frente, y luego un mejoramiento gradual, o si el proceso de deterioro continuará.



Las opiniones están divididas. El gerente general del Banco de la República, Miguel Urrutia, y la superintendente bancaria, María Luisa Chiappe, han opinado que la cartera posiblemente mejorará en los próximos meses, bajo la influencia favorable de las moderadas tasas de interés actuales y la recuperación económica. Muchos banqueros y analistas coinciden con esa apreciación y la mayoría de las cifras más recientes parecen darles la razón.



Sin embargo, otros señalan que históricamente la calidad de la cartera ha desmejorado hasta varios años después de una recesión y pueden señalar cifras recientes mucho menos tranquilizadoras que los promedios. Por ejemplo, anotan que la cartera vencida de las CAV, que el primero de agosto alcanzó un récord histórico de 7,68% de su cartera bruta, creció 77,7% durante el último año y no da muestras de mejorar. O que en muchas entidades donde el indicador global no se ha deteriorado la cartera vencida sí ha envejecido, obligando a mayores provisiones. E incluso que en la mayoría de los casos la mejora de los indicadores de cartera no refleja una recuperación de los deudores sino decisiones de las entidades de "darse la pela" castigando la cartera o aceptando bienes en pago.



La comparación con lo ocurrido en la década pasada ofrece tanto razones para el confort como para la preocupación. En el gráfico presentamos una serie de cartera vencida de más de 12 meses en los bancos (lo que se conocía como "cartera de dudoso recaudo"), único concepto de cartera vencida que es aproximadamente comparable para todo el período.



La primera impresión es tranquilizadora y correcta: los niveles actuales de cartera vencida por más de un año están muy lejos de los niveles críticos observados a mediados de los ochenta.



Sin embargo, cuando se examina la relación entre la calidad de la cartera y el crecimiento del PIB se entiende el escepticismo de algunos sobre la posibilidad de que ya se haya tocado fondo: en los ochenta la cartera siguió deteriorándose mucho después de la "recesión a la colombiana" de 1981-83. En la actualidad, los más optimistas creen que la recesión económica acaba de terminar, de manera que si se repitiera el patrón de los ochenta todavía habría un gran trecho por recorrer antes de un cambio en la tendencia de los indicadores de cartera.



Aparte de los antecedentes históricos, los pesimistas tienen buenas razones para el escepticismo porque la combinación de sobre endeudamiento, bajos márgenes operacionales, pobre crecimiento económico y desempleo no es la más favorable para que se presente un mejoramiento de los indicadores de la cartera.

Sin embargo, una comparación con la década pasada da una impresión errónea sobre el rezago probable entre la recuperación económica y el mejoramiento de la calidad de la cartera. El gran aumento de las deudas de dudoso recaudo hasta 1985 se explica no sólo por la persistencia de problemas de los deudores sino por la revelación de un deterioro previo que simplemete había estado oculto bajo una espesa capa de maquillaje contable. Basta recordar que en el Banco de Colombia la "cartera de dudoso recaudo" saltó de 2,6% de los activos en 1993 a 17,3% en 1994 y a 36,4% en 1995, el año de su nacionalización.



Con tasas de interés como las vigentes en la actualidad, más la presión desatada por la competencia para la reducción de los márgenes en los créditos empresariales, y razonables perspectivas de recuperación económica, no es absurdo suponer que en la mayor parte de las entidades de crédito la calidad de la cartera en efecto ya tocó fondo o lo hará en unos pocos meses, y que los accionistas pronto comenzarán a disfrutar de la reversión parcial de importantes provisiones realizadas en el pasado.



La única excepción genérica probable es la de las CAV, principalmente porque la capitalización implícita de buena parte de los intereses de las deudas hipotecarias (cuando hace dos años esos intereses llegaron a exceder la inflación anual en más de 25 puntos), y la grave recesión posterior, hizo que esas deudas se elevaran fuera de proporción con los ingresos de los deudores y con el valor de las propiedades hipotecadas.



A menos que el empleo y los precios de la propiedad raíz mejoren en el futuro cercano mucho más de lo que espera la mayoría de los observadores, un cambio favorable en la tendencia de la calidad de la cartera de las CAV todavía parece remoto.

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