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Fútbol metalizado

El fútbol profesional colombiano es un negocio como todos, donde predomina el afán de lucro sobre la calidad.

RODOLFO SEGOVIA
1 de octubre de 1995

El fútbol profesional colombiano es un negocio. No se trata de una frase banal. Contra la evidencia, muchísimos aficionados todavía confunden la pasión por la divisa con el idealismo de deportistas de tribuna y televisión. Una cierta prensa contribuye a alimentar la ingenuidad del hincha. Y la verdad es que está bien que el fútbol profesional colombiano sea un negocio. Sólo si tiene que obedecer las leyes del mercado, como cualquier otra actividad con ánimo de lucro, se logrará una racional asignación de recursos. ¡Pero cómo es de desilusionante escarbar en los entretelones!

Aquí y en otras partes, el fútbol y el afán de figuración han servido de tiempo atrás para satisfacer egos. Ha sido vehículo para obtener reconocimiento y popularidad, en una tradición que entreteje el favor del público con el patrocinio de los espectáculos de masas, y que nos viene desde los griegos. Modernamente, la Philips en Holanda financia un equipo de muchas campanillas en su sede de Einhoven y la Fiat, en Turín, su campeón de Italia. Es una forma legítima de influenciar la opinión pública para figurar favorablemente en los "ratings", como se dice ahora. Lo lamentable no es la respetabilísima naturaleza del balompié profesional como actividad lucrativa y el renombre que la habilidad atlética

otorga a deportistas íntegros, sino la opacidad de los procedimientos empleados por algunos propietarios de los oncenos, en Colombia y en el resto del mundo, para lograr sus fines. Bemard Tapie en el Olímpico de Marsella llevó su afán de figuración hasta los más deshonestos extremos, y ahora el grisáceo intermediario croata Ljubonar Barin destapa la olla podrida del fútbol en toda Europa.

Como negocio, es esencial comprender lo que mueve a los dueños del balón para intentar dilucidar lo inexplicable. La Copa América es un ejemplo reciente. Esa vitrina abre las puertas a los más lucrativos contratos para jugadores

en las metas del fútbol mundial: Italia, España, Alemania. Un par de goles valen una millonada (los de Rincón le abrieron las puertas del Real Madrid y le produjeron pingües utilidades a su dueño, la Parmalat).

Para llamar jugadores a la selección, los dirigentes con mayor peso en la Dimayor y la Difútbol, y el entrenador Gómez, entresacaron con cuidado lo que les convenía llevar a la vitrina vendedora. Así se explica la insistencia en escoger

al sempiterno Aristitronco, gran anotador de apenas cin-

co goles en la temporada 95, y de limitado talento tanto en los torneos internacionales, como durante su breve paso por el Valencia.

La ausencia de Valenciano, autor de 24 goles y artífice, en irresistible dupleta con el Pibe Valderrama, del campeonato del junior, se soslaya con argumentos sobre supuesta indisciplina, nunca bien explicados a la fanaticada. De todas maneras, corresponde a los gerentes de la empresa fútbol utilizar el mejor talento disponible. Cuando no lo logran, por equivocado manejo de un díscolo material humano, la culpa no es de los jugadores sino de los directores técnicos. Ese es su oficio, y no el de un supuesto manejo táctico que se ha convertido en fetiche. En el campo, son los Pelés, los Cruyffs y los Platinis los que hacen los grandes equipos, no los encorbatados que fuman y se comen las uñas en el banco. Y de todos modos, si Valenciano no era bueno para la Copa América, para qué llevarlo a Wembley, ahora sí muy pesado después de un largo descanso. La respuesta es que el viaje a Inglaterra se sabía era perfectamente intrascendente; no se esperaban ventas, ni impresionar a nadie, y la ausencia del ariete servía más bien para debilitar la ofensiva del junior en pleno desarrollo del actual campeonato nacional.

Si las estadísticas no mienten, el otro jugador que, con los emigrados, debería figurar en la alineación colombiana de la Copa América era Níver Arboleda, del Deportivo Cali. Sus 19 goles en el campeonato que acababa de cerrarse lo ameritaban. Se le dio una fugaz oportunidad en los partidos de fogueo y luego se le borró del mapa. Entre Valenciano y Arboleda habían marcado más goles (43) durante el corto torneo de nivelación, que todo el resto de los jugadores del equipo que estuvo en la Copa América, incluyendo los de Asprilla y Rincón en sus respectivos campeonatos. Pero el pase de Níver tampoco pertenece a los que mandan. Parte de la estrategia no es solamente mostrar lo propio, por si cuaja, sino además no dejar que los demás muestren. Ninguno de los diez primeros goleadores colombianos del campeonato nacional de 1995, fue selecciona-

do para la Copa. Por otra parte, a pesar de haber sido campeón, el Junior aportó únicamente dos jugadores a la selección (Nacional tres y América tres). Había sido tradición cuando el América o el Nacional dominaban el fútbol colombiano que su plantilla sirviese de base para las selecciones nacionales, con uno que otro aporte de los demás equipos.

El fútbol colombiano entró en la onda de la apertura. El jugador criollo se está valorizando. Las transacciones recientes desde Colombia han sido millonarias:

No es fácil ya contratar a buen precio luminarias locales o extran

jeras para satisfacer una afición exigente. De ahí que semilleros como el de Nacional sean hoy el verdadero negocio del fútbol. La admirable tradición de trabajo en las divisiones inferiores del equipo paisa es su gran fortaleza. Pero claro, anunciar es vender. De nada sirve producir estrellas si no se foguean y se muestran. Por lo tanto las horcas caudinas que aplican los mandarines al seleccionar los equipos nacionales. El fútbol colombiano ha descubierto el negocio de vender pases. Las taquillas de US$25.000 promedio, aún si se les añade la Copa Libertadores (de acceso restringido), algo de televisión y hasta la guerra de las polas, son insuficientes.

Capítulo especial merece la pr-e sencia de Miguel Rodríguez en el fútbol colombiano. El balompié, contrario a una repandida creencia, nunca ha servido para lavar dineros; las modestas taquillas no dan para tanto. En 1995, uno de los mejores años de recaudos en los estadios, los ingresos provenían de boletas promedio de algo más de

US$2. Son cuantías irrisorias. El narcotráfico ni las ve. Miguel es un hincha de esos que respiran la divisa. Pepino San Giovanni, el gran dirigente del América en la época de las frustraciones, reconoció hacia 1979 el potencial de una chequera suelta y reclutó su mecenazgo. El resultado fueron cinco campeonatos en serie durante los años 80 y algo de comidilla para el Proceso 8.000. La pasión de Miguel Rodríguez, y de sus numerosos imitadores con vínculos con el narcotráfico, todos en busca de un reconocimiento público difícil de obtener en otros ámbitos, contribuyó a la explosión de buen fútbol de que ahora goza el cada vez más exigente hincha colombiano.

Un corolario de esa desbordada intervención de dineros calientes en fútbol todavía se respira. A través de Carlos Quieto, un conocido intermediario del fútbol argentino, se obtuvieron los pases de exitosos jugadores argentinos que, como Tilcger o Ramoa, han militado recientemente en el campeonato colombiano. Como no todos cabían en el América, muchos fueron fichados, junto con talentosos colombianos, por equipos satélites, -Pereira o el Cuenta, entre otros-, que no hubieran podido sobrevivir sin el mecenas del América. Más de 100 pases

según los entendidos (y puede ser una exageración) andaban por ahí rodando de club en club.

Se dice que Juan José Bellini sigue de -"dueño del balón" gracias a los numerosos jugadores que, por encargo del mecenas, dispersó entre los equipos menores. Como presidente de la federación continúa teniendo injerencia en la Comisión Arbitral, sobre cuya cristalinidad ha habido tanto cuestionamiento. ¿Quién no recuerda ese gol que se le anuló al Junior en el Metropolitano durante el segundo tiempo de la finalísima del campeonato de 1993? Nadie sabe todavía qué estaba pensando el árbitro, salvo quizá que el América debía quedar campeón a toda costa. Afortunadamente, una genialidad del Pibe Valderrama, segundos antes de finalizar el partido, culminó en el tanto de la victoria y evitó lo que hubiese podido ser un desborde incontrolable del público enardecido.

En el semillero de jóvenes cracks está el futuro del espectáculo y la prolongación del buen momento que vive el fútbol colombiano. Se necesita, sin embargo, mayor transparencia para seleccionar el mérito y triunfar algún día en un evento continental y hasta mundial. Con acceso restringido, ni se obtendrán las satisfacciones que desea la afición, ni prosperará el fútbol como negocio.

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