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El vuelo de Icaro

El deporte del parapente es una escuela de adrenalina. Volar sin alas es un placer semejante a la adicción. Adicción a la adrenalina.

BEN ODELL
1 de octubre de 1994

Son casi las seis de la tarde en el Parque del Neusa y rápidamente está oscureciendo. Milo, uno de los socios de EPCO, la primera escuela de parapente de Bogotá, me pasa un arnés amarillo y me indica que me lo ponga. El arnés se desliza por mi trasero y funciona como una silla. Luego Milo camina hacia el borde de la montaña y mira la espesa nube que ha tapado lo que sería una vista espectacular del valle bajo nosotros. Ata mi arnés al suyo y éste se arrastra detrás del parapente oblongo, de nylon rojo. Desde atrás, alguien nos ayuda enderezando la vela en dirección del viento, nos inclinamos y empezamos a correr hacia el desfiladero. El parapente se eleva por encima de nosotros, pero los fuertes vientos del este nos devuelven. Continuamos la lucha contra el viento, aunque estamos rápidamente perdiendo terreno, como si la montaña no nos quisiera dejar ir. Pero justamente cuando la naturaleza parece habernos derrotado, avanzamos lentamente. Cada paso se hace más fácil, hasta que sólo los dedos de los pies tocan ligeramente la tierra húmeda. Estamos volando. Los frailejones y la gente que nos observa, que antes estaba al nivel de los ojos, ahora parecen ir cayendo a lo lejos y entonces somos devorados por la nube del frente, el viento y el frío, los únicos testigos de nuestro vuelo.

Para el ojo inexperto un parapente moderno es idéntico a un paracaídas. Pero son muchas las diferencias entre el paracaídas y este novedosísimo deporte del parapente: no se requiere un avión para saltar ni un cordón de apartero para activar el parapente, porque el parapentista empieza a volar con el parapente ya abierto.

El origen del parapente es algo ambiguo, aunque es obvia la influencia en movimiento y forma del paracaídas, su primo cercano, y del planeador, un pariente más lejano. Los vuelos más antiguos de que se tenga registro, con paracaídas abierto y salto desde un precipicio, ocurrieron en Austria y Francia a principios de la década de 1980, aunque otros vuelos no registrados pudieron haber comenzado años antes. Los suizos fueron los primeros en establecer una fábrica de parapentes, diseñándolos con los ductos aéreos necesarios para realizar despegues desde lugares menos escarpados y precarios que los que utilizaban sus antecesores, con sus inapropiados paracaídas. El deporte fue adquiriendo impulso a mediados de los años ochenta especialmente en Europa y actualmente se está volviendo muy popular en los Estados Unidos, en donde los "deportes extremos" están de moda. Según un parapentista, el deporte es más popular en Suiza, Suecia y Japón, países con la más alta tasa de suicidios. Los ávidos parapentistas pronto empezaron a competir para medir la distancia de sus viajes aeronáuticos y a diseñar hélices para atar a las espaldas de los pilotos, con el fin de lograr vuelos que pueden durar en- tre dos y cuatro horas (un vuelo "natural" dura de cinco minutos a diez horas, pero depende de los vientos, las corrientes térmicas y la experiencia del piloto). Al final de los años ochenta, el parapente se había convertido en un deporte re- conocido mundialmente y con competencias internacionales en varias partes del mundo. n Colombia, el parapente fue introducido informalmente hace ocho años, cuando los paracaidistas comenzaron a salir por el aire, pero no en avión sino vía las innumerables montañas de Colombia. En 1987, Mauricio Tovar, en ese entonces instructor de paracaidismo y ahora propietario de un restaurante en Chía llamado "Sabor del Campo", fue uno de los primeros colombianos en hacer estos vuelos. "Era algo nuevo. Quería saber si yo podía saltar de un precipicio en un paracaídas. Quería ver si era posible". Con la introducción del parapente en Colombia a principios de los años noventa, ahora es posible para los colombianos hacerlo, pero con mucho menos riesgo. Sólo unos pocos años después de su debut, Colombia ya se enorgullece de tener cuatro clubes de parapente: Parafly en Medellín, Paraclub en Bogotá y los clubes de parapente de Cali y Bucaramanga.

Todavía en sus primeros años en Colombia, el deporte ha ido creciendo en popularidad, pero varios accidentes, uno de ellos fatal, fueron la causa de que los parapentistas revaluaran el deporte. "Necesitábamos reglas para asegurarnos de que nuestros deportistas estén operando en las condiciones más seguras posibles", dijo el presidente del club parapente, Orlando Gutiérrez de Piñeres. Cuando se celebró la competencia nacional de parapente en las afueras de Cali en julio, los presidentes de los cuatro clubes se reunieron para hablar sobre la manera de aprovechar la energía de este deporte cada vez más popular. Según Gutiérrez, 99% de los accidentes son culpa del piloto. Para reducir los riesgos, los clubes están exigiendo ciertos requisitos de sus miembros, tales como un mejor entrenamiento, el uso de paracaídas de seguridad, cascos y radios, así como la idoneidad de los instructores de parapente: Los clubes se han asociado bajo el nombre de Los Clubes de Parapentismo, entidad que este mes será oficialmente reconocida como una asociación por Coldeportes.



Flotando en las nubes, no puedo ver nada fuera de mis manos y pies, que están tiesos por el fuerte frío, y empiezo a pensar que no estoy volando sino que estoy colgando de las cuerdas en algún estudio de Hollywood, mientras que algunas máquinas simulan una atmósfera de vuelo. Los vientos nos golpean en la cara y rebotamos de arriba a abajo, mientras me volteo a preguntarle a Mil a qué altura estamos volando. "3.300 metros" me contesta calmadamente. "A veces a estas alturas me desmayo, de manera que de pronto le toca a usted aterrizar", agrega sin ninguna inflexión de engatusamiento en su voz. Me río, porque ahora estoy bastante seguro de que nada de esto es real.

Daniel Avaramovic (alias Milo) ofrece otra sugerencia, además de la asociación, para reducir los accidentes. "Sólo queremos que la gente tome el deporte con seriedad, no que cualquier loco se vaya a matar cuando empiece a volar", afirma. Milo lleva a los estudiantes novatos a Guasca, a cuarenta y cinco minutos de Bogotá. Allí aprenden a manejar el equipo y les enseña cómo inflar y balancear el parapente, es decir, estando en pie en la tierra, mantener el parapente por encima de la cabeza, utilizando los vientos. También hay una pequeña colina desde la que pueden dar sus primeros saltos. Durante la semana, Milo tiene clases de teoría en las que los estudiantes aclaran sus confusiones y temores producidos por los cortos vuelos en Guasca: preguntas que van desde "¿qué hago si llueve?" hasta "¿qué pasa si mi parapente se desploma?"

Todos los clubes en Colombia ofrecen enseñanza a los interesados y también alquilan equipo, el que debe contener al menos el parapente, el casco y el arnés. El equipo cuesta desde US$1.000 si es usado y hasta US$5.000 si son parapentes de competencia, que vuelan más rápido pero también tienden a desplomarse más fácilmente. No hay límite para los accesorios: guantes, trajes, overol, botas especiales, inclusive microprocesadores que pueden registrar el vuelo del piloto cuando se conecta a un computador al aterrizar. Las lecciones, que cuestan entre $200.000 y $300.000, garantizan que el principiante estará volando solo en tres meses. "Cada personalidad tiene su propio estilo y ritmo. La mayoría de la gente aprende en varios meses, pero un tipo aprendió en febrero y ganó el campeonato nacional en julio", dice Milo. Después de volar solo, se puede ser miembro del Paraclub en Bogotá. Los pilotos entrenados pueden volar en la mayoría de los lugares de Colombia, de Cali a Bucaramanga, a los Llanos, al Valle del Cauca, lo que un parapentista describió "delicioso, como montar en un toro".

A hora tengo las manos casi completamente paralizadas del frío y la no realidad de mi vuelo ha estimulado la arrogancia en mi actitud. Me estoy balanceando en mi silla y mi grito, que celebra mi valor, es amortiguado por las nubes. En medio del grito las nubes se abren como la cortina de un teatro y tengo frente a mi la vista más espectacular del parque debajo, pequeño como una maqueta de arquitecto, y mi corazón desciende al estómago y quedo en silencio. Milo hace varias espirales como las águilas cercanas que nos observan con mirada escéptica mientras vuelan. Jugamos en las corrientes y mi valor es reemplazado por el temor y por la adrenalina; los ojos, abiertos de la emoción, empiezan a aguarse. Con la pista de aterrizaje a la vista, empezamos a aproximarnos e imagino que mi deseo de estar en el aire no es diferente al de un drogadicto, aunque mi droga es la adrenalina. Al acercanos a la pista, volando sobre una vaca que pasta, empezamos a mover los pies como si estuviéramos corriendo en el aire y cuando tocamos tierra, el aterrizaje es corto e indoloro. Pienso primero que la tierra está temblando, antes de darme cuenta de que son mis piernas. Ya está completamente oscuro y me pregunto cómo voy ahacer para regresar a Bogotá a mis tareas mundanas cuando mi mente aún está remontando las nubes.

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