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El Anatomista

La historia sobre el descubridor del clítoris sigue causando polémica.

Víctor Paz
1 de septiembre de 1997

La novela de Federico Andahazi, "El Anatomista", publicada entre nosotros por Editorial Planeta, se merece sin ninguna duda tanto el prestigio como el reconocimiento colectivo que está teniendo en toda América Latina, pues es una novela construida con una maravillosa narrativa, en la cual contar episodios conjuga no sólo el ejercicio de una imaginación rica y sugerente en posibilidades de comprometer al lector en la complicidad de la aventura literaria, sino que igualmente es una novela cuya temática incita a un plural deleite, pues lo que está implícito además del kleitoris del cuerpo femenino, es el descubrimiento de la individualidad y su irreprimible tendencia a instaurar su libertad de exploración en todos los ámbitos de la realidad. Y es también la narración de un conflicto que durante tantos siglos enfrentó lo religioso con lo científico. Sin embargo, estamos frente a un libro de una sencillez espléndida. A pesar de que su contexto histórico se mueve en el mundo del Renacimiento italiano, la novela -producto y objeto literario por definición- no se entrega a las falsas y fatigantes elucubraciones o triquiñuelas seudoeruditas, sino a narrar en un lenguaje bello y elegante y de preciosa factura literaria, la maravillosa y simple historia que se propuso narrar desde el principio. El descubrimiento que hace Mateo Ronaldo Colón de la anatomía de la mujer y que lo conduce, en esa época de descubrimientos que empiezan a configurar la edad moderna, del llamado también en metáfora literaria el Amor Veneris, y de las consecuencias asombrosas y maravillosas que de ello se derivan en el orden teológico y en el de la consolidación de la nueva mirada científica que sobre el hombre y la naturaleza pugnaba por establecerse a partir de esa época iluminada e iluminante del Renacimiento italiano. La novela respira una especie de juvenil frescura en la manera de contar, no sacrifica nada a favor de un cierto virtuosismo en la reconstrucción histórica, no se hunde en el tedio de la exposición pormenorizada y minuciosa de los debates teológicos que podría darle esa falsa y estúpida connotación de una novela culta, eso que es tan frecuente en ciertos filósofos que creyéndose literatos acaban asesinando la literatura y la filosofía en el complejo lecho del lenguaje.



Andahazi, un joven escritor argentino nacido apenas en 1963, demuestra en esta novela una nítida y talentosa conciencia del oficio de escribir. No maneja ni se confunde con la aparente opacidad o complejidad del tema histórico o filosófico, sino que por el contrario utilizando la literatura, el más hermoso y poderoso instrumento de comunicación creado por el hombre, lleva al lector en un viaje fascinante donde lo insólito y lo asombroso, lo imaginable y lo no imaginado, lo real y la ficción se entrelazan y confunden y van conformando una novela toda llena de gracia como corresponde al tema tratado.



Nadie espere erotismo desenfrenado, ni pedantería libresca, ni aparente o sofisticada reflexión seudofilosófica, sino un libro escrito con elegante rigor, con una ágil y deleitosa dinámica narrativa, con serena sencillez, que por supuesto no excluye una invitación y una incitación a complejos y esenciales pro-blemas de la cultura humana. El lector se enfrentará a un libro que provoca y produce placer y regocijo en la lectura. Un libro que alimenta y consolida la posibilidad de seguir aceptando que la literatura continúa siendo la forma más exaltante y estimulante de participar en la aventura del hombre y de la historia.

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