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Del realismo mágico latinoamericano y la natación

Salir nadando no son patadas de ahogado. A veces es la única salida. Los balseros saben lo que hacen.

Rafael Obregón
1 de septiembre de 1994

García Márquez se ha convertido en el principal difusor del surrealismo mágico en que vivimos los latinoamericanos. Por lo tanto debemos esperar a que algún día nos explique cómo Cuba llegó al deterioro en que está y cómo en vez de enjuiciar el comandante Castro por este desmadre le imputamos la culpa a los Estados Unidos, asistiendo el líder cubano impertérrito a las reuniones de mandatarios hispanoamericanos.

Se nos explica que es consecuencia del embargo económico impuesto por el coloso del norte o que es resultante de la proximidad geográfica al Dorado americano. Nada de esto justifica el que toda una población culta y preparada tenga que nadar a través del océano como única posibilidad de sobrevivencia. De otra parte hemos sacado de nuestra capacidad de indignación colectiva la tragedia de Haití, argumentando que es el resultado de una serie de gobiernos sátrapas y de la incapacidad de un pueblo, creyente en el vudú para resolver sus problemas. Ante todo este drama humano, debatimos soluciones diplomáticas mientras esperamos que una fuerza multinacional invada la isla, imponiendo

por las armas los preceptos de una democracia tropical (cruel paradoja), o que los Estados Unidos, enfrentados al dilema moral y económico de encontrar todos los días náufragos en sus costas, lo resuelvan de alguna manera.

Lo mismo nos va a pasar en Colombia si no nos ponemos las pilas. Por ejemplo, estudiemos la situación de nuestras calles y carreteras. Al igual que los cubanos y haitianos, hemos sido incapaces de indignamos oportunamente y de reclamar el cumplimiento de las obligaciones del Estado, recurriendo como única manifestación de desaprobación al gracejo de salón, característica propia de razas sangriligeras. De ahí que en días pasados alguien haya explicado el colapso vial del país y de Bogotá como el resultado de una cuidadosa estrategia diseñada por el gobierno nacional y distrital, quienes inquietos por la posible desbandada de la población como consecuencia de la escalada terrorista, del resultado del mundial, de la insurgencia, de la corrupción, etc., se encargaron de que nadie pudiera huir de su circunscripción por vía vehícular, al no encontrar ni calles ni carreteras adecuadas para así hacerlo.

Moraleja: si no queremos tener que aprender a nadar como única forma de salir del país, exijámosle a los gobiernos que afronten con seriedad la desidia e impunidad con que hemos dejado acabar la infraestructura física y moral de Colombia.



...y los riesgos de tener un presidente chirriado



No existe razón fundamentada para dudar del ánimo de acierto que ha manifestado el nuevo gobierno, así como tampoco de la capacidad de trabajo de la mayoría de los ministros nombrados; pero es innegable que les tocará manejar el país en una época complicada, requiriéndose de pulso firme y absoluta determinación para llevar a feliz puerto la frágil embarcación en que navegamos. Esta circunstancia impide satisfacer todos los intereses expuestos por los grupos de presión que deambulan por los corredores de Palacio y no permite suscitar peleas pendencieras con quienes se está en desacuerdo.

Analicemos el carácter que permeó a los últimos gobiernos: el santandereano doctor Barco tuvo como máxima de su mandato el enfrentar algunos de los problemas de confusión moral y de infraestructura física que tiene el país, así como el promover un proceso de transformación nacional en materia constitucional y de manejo empresarial en el sector público. Para esto, le cayó como anillo al dedo su carácter recio y atravesado, haciéndolo indiferente al que dirán; aunado a su incapacidad de comunicación la cual le permitió concentrarse en las fórmulas que tenía para conseguir los objetivos que perseguía y que había venido rumiando desde que resolvió ser presidente de la República.

Su sucesor, el risaraldense doctor Gaviria consolidó la gran mayoría de las políticas formuladas en su época de ministro del gobierno anterior, dándoles el manejo político que requerían para que pudieran nacer y sobrevivir adecuadamente y elaboró las faltantes para lograr un país actualizado. Fue un gobernante frío y pragmático, con la seguridad y discreción propias de los hombres forjados en provincia cafetera, alejados de los intereses mundanos de la capital. Supo aprovechar como ningún otro presidente su cuarto de hora y poner a buen uso sus habilidades de domador de gentes, logrando resultados en nuestro tortuoso sistema legislativo.

El próximo presidente proviene de una rancia familia bogotana, teniendo por lo tanto más chispa y simpatía que los ya mencionados. Este rasgo de carácter es el que nos puede dar que hacer, ya que por ancestro tiene arraigado el tratar de darle gusto a todo el mundo, síndrome complicado de por sí, más aún cuando se requiere tomar urgentes e importantes determinaciones en materia de orden y de gasto público, si se quiere culminar exitosamente el proceso de apertura económica, de privatización de servicios y de reglamentación constitucional iniciados por sus dos antecesores.

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