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Si la economía argentina crece, ¿por qué nadie celebra?

En el 2006 las exportaciones alcanzaron el récord de 46.500 millones de dólares, impulsadas por el precio de la soja en un año de abundante cosecha. El turismo y la construcción se encuentran en franca expansión y hasta el riesgo país _un índice elaborado por inversionistas internacionales que mide la capacidad de pago de la deuda de un país_ se encuentra en los niveles más bajos de los últimos años.

10 de febrero de 2007

BUENOS AIRES_ Criados bajo la melancolía del tango y luego de pasar varios ciclos de crecimiento y caída, los argentinos saben que los buenos tiempos no duran.

Han pasado cinco años desde la última crisis económica que barrió los salarios, desató saqueos de alimentos y vio desfilar a cinco presidentes en el curso de tres semanas.

Argentina ha logrado recuperarse, alcanzando 47 meses consecutivos de crecimiento económico que ayudaron a reducir el desempleo y renovar la confianza de los argentinos que había quedado destruida cuando, en vísperas del Año Nuevo de 2002, el gobierno declaró el cese de pagos de la deuda externa de 100.000 millones de dólares (77.000 millones de euros), el mayor "default" de la historia.

En el 2006 las exportaciones alcanzaron el récord de 46.500 millones de dólares (35.600 millones de euros) impulsadas por el precio de la soja en un año de abundante cosecha. El turismo y la construcción se encuentran en franca expansión y hasta el riesgo país _un índice elaborado por inversionistas internacionales que mide la capacidad de pago de la deuda de un país_ se encuentra en los niveles más bajos de los últimos años.

"Viven anunciando una buena noticia económica tras otra pero yo no les creo. Las cosas no mejoraron para mí", se quejó Sebastián Volponi, quien pinta al óleo láminas de bailarines de tango en La Boca, un pintoresco barrio de inmigrantes con multicolores conventillos (casas de vecindad o inquilinato). Las calles del barrio, que se acuesta sobre el Riachuelo, están repletas de turistas extranjeros atraídos por los precios baratos de Argentina, donde un dólar equivale a poco más de tres pesos.

Durante la década del noventa el peso estuvo atado en paridad de uno a uno con el dólar. Ese sistema, conocido como "convertibilidad", tuvo un final abrupto en enero de 2002 cuando el gobierno devaluó la moneda al tiempo que los ahorros bancarios se mantenían congelados en lo que se dio en llamar un "corralito" para evitar una fuga de capitales.

Antes de la devaluación, Volponi ganaba unos 200 pesos por día con sus pinturas, entonces equivalentes a 200 dólares (unos 150 euros). Hoy logra reunir 100 dólares (75 euros) en devaluados pesos y sus costos han aumentado.

"Si se resta el costo de los materiales y lo que pago de alquiler, vivir en Argentina es muy caro", dijo.

La tasa de desempleo, que durante la crisis superaba el 20%, actualmente está a la mitad. La pobreza, que afectaba a la mitad de los 37 millones de argentinos, ha caído ostensiblemente. El crecimiento anual del 8% promedio es la envidia de otras economías emergentes. La recuperación económica le ha granjeado al presidente Néstor Kirchner una popularidad superior al 60%.

Pero dos años de un índice de precios de dos dígitos han despertado el temor de que la economía se recaliente y dispare una hiperinflación como la que aterrorizó a los argentinos el siglo pasado, en ocasiones tan alta que los precios subían antes de que los compradores cobraran su cheque a fin de mes. Los préstamos que los bancos dejaron de ofrecer tras la crisis no han regresado, afectando a quienes buscan comprar su primera propiedad o un pequeño negocio.

¿Y qué pasará si la relativamente benigna economía global entra en recesión?

"Será más fácil ver cómo se desarrollan las cosas cuando los vientos de la economía mundial soplen en contra", dijo el analista político Rosendo Fraga.

Con su táctica confrontativa de negociación, Kirchner prácticamente conminó a los acreedores privados a aceptar un canje de deuda de menos de 30 centavos por cada dólar adeudado. A través de un riguroso control fiscal, acumuló una fuerte recaudación que el año pasado le permitió cancelar la deuda con el Fondo Monetario Internacional por unos 9.000 millones de dólares (6.900 millones de euros).

Sin embargo, sus detractores le critican que haya impuesto poco ortodoxos controles de precios para evitar la inflación, la principal preocupación de su administración.

Luego de que en 2005 la inflación superó el 12%, el mandatario dispuso en marzo del año siguiente la suspensión de las exportaciones de carne _ingrediente básico de la dieta de los argentinos_ para hacer bajar su precio en el mercado interno. Y cuando en el 2006 el índice de precios rozó el 10%, aumentó las retenciones a la exportación de soja para financiar un millonario subsidio a los productores de bienes que conforman la canasta básica, utilizada en la medición oficial de precios.

Como apuntó el politólogo argentino Felipe Noguera, "todos sabemos que el control de precios no funciona al largo plazo".

Hay un tema relacionado con la inflación que preocupa. La confederación de trabajo más grande del país desea un alza de salarios del 30%. Recientemente, unos 200 manifestantes del gremio mercantil _en su mayoría trabajadores de supermercados_ bloquearon el tránsito frente al Ministerio de Trabajo y golpearon bombos y tiraron petardos durante la primera ronda de negociación de salarios.

Kirchner aún debe autorizar a las compañías eléctricas y de teléfono a aumentar las tarifas al consumidor congeladas en 2002.

Recientemente Kirchner autorizó un aumento de 15% para los usuarios comerciales, pero algunos advierten que las compañías, hambrientas de efectivo, no podrán hacer inversiones costosas para resolver la demanda creciente, levantando el fantasma de una crisis energética.

Eso ha dejado a la empobrecida clase media, la mayor de América Latina, mirando con recelo.

Rogelio Pérez, de 67 años, debió suspender a 50 trabajadores luego de que su fábrica de ollas y sartenes se desintegró en la crisis pasada.

"Era un caos, un caos", dijo al recordar cómo los argentinos intercambiaban bonos provinciales que funcionaban como pseudo monedas y vendían su vajilla y cubiertos de plata en clubes de trueque.

La devaluación del peso en el 2002 hizo su negocio competitivo otra vez frente a las importaciones. Pérez vendió su automóvil para comprar un horno, alquiló un depósito y comenzó otra vez. Como la demanda del consumidor creció, se trasladó a un local más grande y contrató a tres empleados. Pero hoy no podría expandirse aunque quisiera: no hay préstamos para comprar hornos nuevos y para contratar los 20 trabajadores más que necesita.

"Hay mucha más demanda que puedo satisfacer. Pero no hay crédito accesible", dijo, agregando que decidió abandonar su retiro para alimentar a su amplia familia.

En 2002, familias desesperadas hurgaban la basura en busca de alimentos y ejércitos de "cartoneros" _con sus desvencijados carros_ recorrían las calles. El "tren de los cartoneros" aún los trae al centro de Buenos Aires desde las afueras de la ciudad, pero cada vez son menos.

Mientras empujaba su carro repleto de papeles y cartones por el barrio de Olivos en los suburbios, a unas cuadras de la residencia presidencial, María Elena López, de 34 años, dijo que "cinco años después las cosas están definitivamente mejor, pero no tanto".

Por un día de recolección gana unos 15 pesos (cerca de 5 dólares o 3,85 euros), menos de lo que recibe un adolescente estadounidense que cobra el salario mínimo. Pero ahora necesita deambular menos horas para recoger la misma carga, lo que le deja tiempo para hacer trabajos de niñera.

En otras zonas de Buenos Aires el cambio es más notorio. En Puerto Madero, un barrio levantado sobre los viejos almacenes del puerto, se multiplican las oficinas y los apartamentos de lujo. El famoso arquitecto argentino César Pelli ha diseñado un rascacielos de 36 pisos que se levanta sobre el horizonte.

Horacio Moschetto, de una asociación de productores de calzado, aún recuerda cómo 25 millones de pares de zapatos brasileños baratos inundaron la Argentina en el 2001 cuando el peso estaba sobrevalorado dejando su negocio casi en la ruina.

En diciembre de 2001, días antes de la devaluación, enardecidos trabajadores prendieron fuego un árbol de Navidad hecho con zapatos brasileños.

Ahora los zapatos argentinos están de regreso en los mercados y se venden con éxito en América Latina y hasta Europa.

El negocio, que en 2001 empleaba a 14.000 trabajadores, hoy ocupa a 52.000, dijo Moschetto, agregando que las compañías brasileñas ahora buscan instalarse en Argentina para bajar costos.

"En 2001 fabricábamos 33 millones de pares de zapatos y el año pasado hicimos 88 millones de pares. Esta clase de recuperación, por lo que sé, está sucediendo en muchas industrias", dijo Moschetto.

Pero la quema de zapatos es algo que no consigue olvidar. "Sigue siendo algo que yo recuerdo bien", dijo.

AP