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Los dos ex directivos de Enron, declarados culpables de fraude y conspiración

La compañía eléctrica tenía un capital bursátil de US$68.000 millones antes de que se destaparan las irregularidades, y ocupaba el puesto número siete en el ránking de las más grandes compañías de Estados Unidos

25 de mayo de 2006

El veredicto por el caso Enron se acaba de hacer público en Estados Unidos. El jurado popular ha declarado culpable de conspiración al ex consejero delegado de la eléctrica Jeffrey Skilling y su ex presidente Kenneth Lay, que ha sido declarado culpable de todos los cargos a los que se enfrentaba, entre ellos los de fraude bancario, conspiración.
 
Lay, de 64 años y Skilling, de 52 años, afrontaban seis y 28 cargos de conspiración, fraude y maniobras financieras para ocultar las perdidas y exagerar los beneficios de Enron con el fin de atraer el dinero de los inversores, respectivamente. Skilling se puede enfrentar a una condena de hasta 185 años de prisión y Lay de 45 años.
 
El proceso judicial comenzó el pasado 30 de enero con gran expectación, y se extendió hasta el pasado 14 de mayo. En total, han sido 15 semanas de juicio durante las cuales los 12 miembros del jurado –cuatro hombres y ocho mujeres- han escuchado las declaraciones de 54 testigos. Además de ellos, el jurado ha tenido en cuenta las numerosas pruebas documentales aportadas.
 
Las intervenciones más esperadas fueron las de Jeffrey Skilling, ex consejero delegado de la eléctrica, y Kenneth Lay, ex presidente de la compañía. Sin embargo, una de las declaraciones más controvertida fue la del ex director financiero de Enron, Andrew Fastow, el supuesto cerebro de la trama financiera que llevó al colapso de la eléctrica. Fastow declaró bajo juramento que sus jefes Skilling y Lay mintieron tanto a inversores y empleados como a las autoridades reguladoras, al ocultar el estado real de las cuentas del gigante eléctrico. El ex director financiero, que ya fue condenado a 10 años de cárcel por el fraude, declaró que había alertado a sus superiores de que la compañía estaba al borde de la quiebra.
 
Fastow, el testigo estrella de la acusación, declaró ante el jurado que había recibido el visto bueno de los dos ejecutivos para crear una contabilidad paralela y establecer una red de sociedades que permitieran tapar el agujero financiero en Enron. La Justicia estadounidense intentaba demostrar, de esta manera, que Enron era una bomba de relojería alimentada por las mentiras de sus directivos, a los que acusa de ignorar las alertas de sus subordinados, de manipular los resultados y de engañar a los inversores, mientras se enriquecían.
 
La compañía eléctrica tenía un capital bursátil de US$68.000 millones antes de que se destaparan las irregularidades, y ocupaba el puesto número siete en el ránking de las más grandes compañías de Estados Unidos. La quiebra de Enron dejó en la calle a más de 80.000 empleados hace ya cuatro años y medio, y arrastró a la que fuera la mayor firma auditora del mundo, Arthur Andersen, a la desaparición.
 
Además, el agujero contable destapado en Enron desató una crisis de confianza sin precedentes en Wall Street que, unida a los efectos de los atentados terroristas del 11-S y a los escándalos corporativos en la telefónica WorldCom, la tecnológica Tyco o la cadena de supermercados holandesa Ahold, debilitó la confianza de los inversores norteamericanos hasta límites insospechados. Tras el escándalo, las autoridades reguladoras estadounidenses se vieron obligadas a revisar sus normativas para evitar que un caso similar volviera a repetirse.
 
El juicio por conspiración contra los directivos de Enron ha llegado a su fin, pero no por ello dejará de ser considerado como el más importante de los casos de escándalos corporativos juzgados en EE UU.