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Haití: Primeros rayos de esperanza en ciudad al borde del caos

El agua, la comida y los primeros rayos de esperanza comenzaron a llegar a los sobrevivientes del terremoto, sedientos y hambrientos, en las calles de la devastada capital haitiana, pero la desesperación en la isla amenazaba con desbordarse en algunos lugares.

17 de enero de 2010

Puerto Príncipe  — "La gente está tan desesperada por obtener comida que está enloqueciendo", dijo Henry Ounche, un contador, parado entre centenares de personas que peleaban entre sí mientras los helicópteros militares estadounidenses sobrevolaban la zona cargados con paquetes de ayuda.

Cuando otros helicópteros lanzaron raciones de alimentos y bebidas energizantes sobre una cancha de fútbol repleta de refugiados, unos 200 jóvenes comenzaron a pelear a pedradas para arrebatarse los víveres.

Por toda la ciudad, la gente luchaba por soportar el hedor de la muerte y la esperanza de encontrar sobrevivientes entre los escombros se iba perdiendo con cada hora que transcurría, cuatro días después del cataclismo del martes.

Sin embargo, aquí y allá, el murmullo de las víctimas sepultadas ponía a trabajar a las cuadrillas de rescate, incluso mientras las réplicas sísmicas amenazaban con derribar lo poco que quedó en pie.

"Nadie está vivo ahí", sollozó una mujer frente al derruido Hotel Montana.

Pero la esperanza se negaba a morir.

"¡Podemos oír a un sobreviviente!", exclamó Alexander Luque, trabajador namibio de búsqueda, un poco más tarde. Acto seguido, comenzó a cavar junto con sus compañeros. La madrugada del domingo, rescataron a una de los dueños del hotel, de 62 años, deshidratada pero sin lesiones.

En otro lugar, una cuadrilla estadounidense rescató a una mujer de entre los escombros de un edificio universitario, donde permaneció atrapada durante 97 horas. Otra cuadrilla pudo darles agua a tres personas cuyos gritos se escuchaban desde las ruinas de un supermercado de varios pisos.

Nadie sabía cuántas personas murieron. Tan sólo el gobierno haitiano ha recuperado ya 20.000 cadáveres —sin contar los recogidos por agencias independientes o por los propios familiares, dijo a The Associated Press el primer ministro Jean-Max Bellerive.

En un nuevo estimado, la Organización Panamericana de la Salud informó que entre 50.000 y 100.000 personas perecieron. Bellerive dijo que 100.000 "parecería el mínimo". Camiones cargados de cuerpos llegaban sin cesar a las fosas comunes.

Una vocera declaró que el terremoto es el peor desastre que Naciones Unidas ha enfrentado jamás, dado que buena parte de la capacidad de atención del gobierno y de la ONU en el país quedó inutilizada. "Esto es peor que el tsunami catastrófico de Asia en el 2004, todo está dañado", dijo Elisabeth Byrs en Ginebra.

También el sábado, la secretaria de Estado norteamericana Hillary Rodham Clinton llegó a Puerto Príncipe para prometer más ayuda de su país, y el presidente Barack Obama se reunió con sus predecesores George W. Bush y Bill Clinton para instar a los estadounidenses a hacer donaciones.

Durante la jornada, se encontraron los cadáveres del jefe de la ONU en Haití, Hedi Annabi, de los ocho policías chinos con quienes estaba reunido y de otros altos funcionarios que estaban en la sede de la misión.

Pese a los obstáculos, el ritmo de la distribución de ayuda se aceleraba.

El gobierno haitiano había establecido 14 puntos de distribución de alimentos y víveres, y los helicópteros del Ejército estadounidense realizaban vuelos de reconocimiento para instalar más centros. Dado que ocho hospitales de la ciudad resultaron destruidos parcial o totalmente, los grupos asistenciales abrieron cinco centros de emergencia médica. Equipo vital, como plantas purificadoras de agua, llegaba del extranjero.

Miles de personas se aglomeraron en el barrio de Cité Soleil, mientras los trabajadores del Programa Alimentario Mundial de la ONU distribuían galletas con alto contenido energético ahí, por vez primera. Al ponerse el sol, quedaban sólo unas decenas de cajas, de seis cargamentos de camiones que llegaron. Quizás 10.000 personas seguían esperando, con paciencia pero tal vez fútilmente, en la cola.

Con dos hijos y siete meses de embarazo, Florence Louis, de 29 años, se aferraba a sus cuatro paquetitos. "Es suficiente, porque no tenía nada", dijo.

En un campo de golf construido en una colina, desde el que se aprecia la capital arrasada, unas 50.000 personas dormían en un campamento improvisado. Paracaidistas de la 82da División Aerotransportada de Estados Unidos instalaron una base para entregar agua y alimentos.

Después del desorden inicial entre la multitud, cuando los helicópteros sólo pudieron lanzar su cargamento desde el aire, un segundo vuelo aterrizó y los soldados distribuyeron la comida a una fila ordenada de haitianos.

Había más ayuda estadounidense en camino: el buque-hospital de la Armada Comfort zarpó el sábado del puerto de Baltimore y llegaría a Haití el jueves. Más de 2.000 infantes de marina estaban listo para navegar desde Carolina del Norte, para apoyar la distribución de ayuda y reforzar la seguridad.

Pero para unos 300.000 haitianos que se quedaron sin techo y que pernoctan en calles, plazas y parques de la capital, la ayuda no parecía garantizada.

"Se ha comenzado ya la distribución de comida y agua, pero esto es el caos. La gente está hambrienta, todos piden agua", dijo Alain Denis, residente del distrito de Thomassin.

La casa de Denis estaba intacta y él junto con sus padres ancianos tenía cierta reserva de alimentos. "Pero en una semana, no sé", explicó.

El suministro de ayuda seguía obstruido por los congestionamientos en el aeropuerto de Puerto Príncipe, los daños dejados por el sismo en el puerto marítimo, las ruinosas carreteras y el temor a saqueadores y asaltantes.

Los problemas en el rebasado aeropuerto obligaron a organizar una colosal misión de ayuda por tierra desde Santo Domingo, a más de 300 kilómetros (200 millas) de distancia, en la vecina República Dominicana. La caravana incluía hasta 10 camiones que transportaban cobertizos para refugios temporales, un campamento-hospital de 50 camas y a unos 60 médicos.

"No es posible trasladar nada por aire a Puerto Príncipe por ahora. El aeropuerto está completamente congestionado", reveló el vocero de la Cruz Roja, Paul Conneally, desde la capital dominicana.

Otro convoy desde el país vecino se desvió sin detenerse hacia una base de la ONU en Puerto Príncipe, ante el temor de sus coordinadores de que provocarían un disturbio si entregaban la ayuda ellos mismos.

La saturación del aeropuerto generó fricciones entre los militares estadounidenses y otras naciones.

Francia y Brasil presentaron quejas formales de que los militares norteamericanos, que controlan el aeropuerto internacional, habían negado permiso de aterrizar a sus vuelos de ayuda.

El ministro de la Defensa brasileño, Nelson Jobim, quien tiene a 7.000 efectivos de paz de la ONU en Haití, advirtió que el esfuerzo de rescate no debía verse como una iniciativa estadounidense.

Fue necesario que el presidente haitiano René Preval implorara el sábado a los donadores internacionales que coordinen mejor sus esfuerzos de ayuda y los exhortara a que no riñan.

Más allá de las diferencias internacionales, las dificultades logísticas interminables frustraban la ayuda.

Un jet del tamaño de un avión comercial aterrizó con equipos médicos y de rescate, procedentes de Qatar, pero se topó con problemas para descargar la ayuda alimentaria. Pidieron ayuda para hacerlo a los militares estadounidenses, relató el doctor Mootaz Aly.

La respuesta fue: "Estamos ocupados", dijo.

En tanto, la paciencia de los haitianos estaba encontrando sus límites. En una calle de Puerto Príncipe, un grupo de hombres arrancó las tuberías de agua que pasaban por el interior de las paredes, para chupar las últimas gotas que quedaban.

"Esto está muy, muy mal, pero estoy demasiado sediento", dijo Pierre Louis Delmar.

Frente a un almacén, cientos de haitianos desesperados simplemente se arrodillaron cuando los trabajadores de la agencia Food for the Poor anunciaron que distribuirían arroz, frijoles y otros alimentos.

"Ellos comenzaron a rezar justo en ese momento y lugar", dijo el director del proyecto, Clement Belizaire.

Se pidió a los niños y ancianos pasar al frente de la fila, y unas 1.500 personas recibieron alimentos, jabón y sandalias de hule, hasta que todo se terminó, añadió Belizaire.

El funcionario asistencial se mostró conmovido por la escena trágica. "Este fue el día más trágico para la vida de todos en Puerto Príncipe", dijo en referencia al martes pasado.

 

(AP)