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Andrea Cote, poeta.

Poesía nueva colombiana

“Este es un momento de transición para todas las artes, porque hay necesidad de incorporar nuevos lenguajes”, dice la poeta Andrea Cote. Para dónde va la poesía nacional, quiénes son los autores. La visión de esta colombiana que acaba de ganar la bienal internacional de poesía italiana “Città di Castrovillari - Pollino”.

19 de junio de 2010

Tiene razones para estar completamente feliz. El próximo lunes le entregarán el primer premio de la bienal internacional de poesía “Città di Castrovillari - Pollino”, en Italia, en una competencia que convocó un grupo de casi un centenar de participantes. Ganó con una traducción al italiano de su libro de poemas Puerto calcinado.

Pero no sólo irradia felicidad de triunfo. Ella tiene un aura especial. La sonrisa y las palabras de Andrea Cote, poeta de profesión y claramente por vocación, taladran almas y muros con facilidad de diamante.

Sensible y precisa, con la visión nueva que le dan los años de un doctorado en literatura que adelanta, opina que la poesía colombiana atraviesa un período de cambio. “Creo que este es un momento de transición para la poesía, como para todas las artes, porque hay necesidad de incorporar nuevos lenguajes”, dice. Destaca los elementos visuales de internet y el performance que ofrecen otras maneras de comunicación. También la posibilidad de experimentar con soportes novedosos como podría ser la impresión de un poema sobre un cartón o sobre una fotografía.

Sin embargo, el cambio en el país no será sencillo porque los escritores locales tienen un estilo que Andrea Cote considera muy arraigado desde el final del siglo. “La poesía colombiana tiene una musicalidad muy fuerte. Priman un lirismo muy grande y un apego a la musicalidad”.

La transformación implicaría incorporar nuevas formas y nuevos lenguajes. Referentes urbanos o globales y cambiar la manera de decir las cosas.

Los poetas nuevos comienzan a incorporar lo urbano y lo global. “Usan palabras más contemporáneas, ritmos más contemporáneos, con más velocidad –dice–. Hacen una poesía más prosaica, si se quiere”. Se caracterizan además por tener un registro parecido a la oralidad y consiguen su misma velocidad, lo cual adicionalmente le da un timbre especial a la escritura: “hace que no se note la factura, que no se note el esfuerzo”, añade.

Pero en opinión de la poeta, la vanguardia nacional quizás está atrapada por su éxito pasado. “La transición nos cuesta mucho trabajo porque es una poesía muy lírica y muy bonita”. Incluso ella, con sus juveniles 29 años, para nada disimula su gusto por los poemas de José Asunción Silva, con su rasgo tremendamente musical. “Silva es un tanguero. Uno podría bailar el Nocturno”, dice con un dejo especial, casi como si estuviera hablando de un delantero consagrado de algún equipo de fútbol y ella fuera miembro de su barra brava.

Los nombres
Los encargados de encontrarle caminos a la poesía nacional son algo más de media docena de personas, casi todas menores de 30 años. La lista que construye Andrea Cote tiene otras dos mujeres –Lucía Estrada y María Clemencia Sánchez– y seis hombres –Felipe García Quintero, John Galán Casanova, John Jairo Junieles, Robert Max Steenkist, Felipe Martínez y Santiago Espinosa–.

Considera que todos son muy buenos, pero que para llegar a la orilla de lo contemporáneo, necesitan más intercambio con otras escenas, en especial con las extranjeras. “Las artes se nutren de su movilización, con la influencia”, dice.

Le parece que la vanguardia poética colombiana no experimenta mucho. Quizás habría excepciones en los videopoemas de Angie Gaona que, como dice, “juega con imágenes como si fueran caracteres”.

Pero entonces la tarea para todos ellos, para ‘echar la máquina a andar’, parece clara: “la nueva generación tiene que callejear más. Alimentar su sensibilidad callejeando. Sobre todo hacia otros lenguajes. Tiene que ir más a las galerías, al cine, al teatro. Tienen que ver las cosas con ojos extraños, o ver cosas extrañas con ánimo de familiarizarlas”, dice.

Mientras tanto, la ruptura con lo anterior parece venir, pero no ha llegado. Tal vez lo esperanzador está en que Andrea Cote y personas como ella no tengan otra opción. Que estén afortunadamente forzadas por su alma a ser poetas y a comunicar y a nombrar las cosas. Por eso, los que ven desde la barrera la evolución de la literatura pueden estar tranquilos. En sus manos y sus palabras el futuro tampoco parece tener una opción distinta a la de ser mejor.